Salgado es el más importante fotógrafo vivo, y posiblemente el más grande de toda la historia. Sus fotos son fáciles de reconocer por la radicalidad de su composición, la increíble expresividad de sus encuadres y, sobre todo, un blanco-negro de foco profundo que resalta las texturas y desborda hasta el más extremo hiperrealismo. Sus fotos de las minas de oro de Serra Pelada parecen actualizaciones de las visiones de Brueghel o El Bosco.
Salgado ha logrado explorar de una manera hermosa y a la vez aterradora los límites de la condición humana. Gran parte de sus fotografías registran desastres, guerras, hambrunas, miseria y desolación, y sin embargo están dotadas de un humanismo conmovedor, casi se diría inocente, si no fuese porque un artista expresionista no puede ser inocente. Salgado ve lo que los demás no vemos: en sus singulares ojos -sus lentes-, un sencillo paisaje se convierte en una feroz lucha entre el cielo y la tierra, la vida y la muerte y, sobre todo, la sombra y la luz.
"Un fotógrafo es, literalmente, alguien que dibuja con las luces y las sombras", comienza diciendo en este documental acerca de su ya larga carrera. Salgado nació en Minas Gerais, Brasil, estudió economía y descubrió la fotografía en París, junto con su esposa, Lélia Wanick, que se convertiría en su decisivo apoyo práctico y crítico.
En 1977, inició sus megaproyectos de largas duraciones, con Otras Américas (7 años), Sahel: El fin del camino (3 años), Trabajadores (11 años), Éxodo (6 años) y Génesis (9 años). Recorrió por ellos los más extremos rincones del mundo por casi 50 años. Su conclusión, Génesis, es un emocionante homenaje al planeta, donde una iguana, un tronco o una roca se erigen con la majestuosidad de la maravilla vista por primera vez, un esfuerzo que hermana en angustia a Salgado con el cineasta Terrence Malick.
Wim Wenders arma su documental con tres líneas: una describe la biografía con datos breves y precisos; otra registra algunas peripecias del fotógrafo en terreno; la tercera, y la más importante, pone a Salgado en una ceremoniosa oscuridad, a narrar las circunstancias en que tomó algunas de sus fotos más reputadas. En el primer plano quedan las obras. La venturosa vida del artista autoconsciente, intelectual, que piensa en términos de ciclos y círculos vitales, no alcanza a explicar la fuerza estética de ellas. El quid del problema del arte: que cuando puede, derrota y supera a sus circunstancias.
Curioso: el cine de Wenders, que siempre ha tenido entre sus ejes el tema de la creación, parece encontrar sus mejores momentos en sus "vidas de artistas" -los documentales Buena Vista Social Club, The soul of a man, Pina-, cuando reduce su propia presencia a la de un admirador privilegiado. La sal de la tierra no es una confrontación, sino un gesto de reverencia ante un maestro, con todo lo que tiene de humildad y rendición.