Las Terrazas del Mall Plaza Egaña acogen a una diversa variedad de cocinas, y una de las últimas en debutar allí es la tex-mex de Tquila. Con virgencitas y múltiples calaveras -de esas de día de muertos-, la decoración llama a probar tequilas y a beber micheladas. De noche, seguramente, la iluminación aporta el maquillaje y la música, fuerte, pone la banda sonora. De día, en cambio, hubo que pedir que bajaran el volumen. Y, sin el maquillaje del claroscuro, la comida no salió muy bien parada.
El primer plato: flautas ($4.700). Se trata -en la receta original- de tortillas de maíz rellenas, enrolladas y posteriormente fritas, para que queden muy crujientes. En este caso, primera vez en la vida de este mortal, las tortillas eran de trigo. O sea, mucho menos crocantes. Y si esto era molesto, hubo algo imperdonable: las abundantes hojas de lechuga acompañantes estaban po-dri-das.
Ándale. ¿Las habrán guardado mojadas? Seguramente.
De los fondos, uno con gran foto en la carta, no era habido: unas costillas que se veían de lo mejor. Se optó por otros platos. Un trozo algo mezquino pero blando de entraña ($8.100), de la que no se consultó la cocción deseada (llegó casi a la inglesa), sobre unas igual de escasas cebollas salteadas. Se acompañó de una ensalada chilena ($1.500). Luego, llegaron unos tacos de pescado realmente decepcionantes ($6.200), con demasiados porotos negros y unos dedos (tamaño meñique) de pescado frito puestos encima de todo. Y, además, fríos. O sea, fritos y fríos. Y cero que ver con la foto de la carta. Y sobre la lechuga acompañante, sin estar incomible, no calificaba para un ranking de frescura.
Para completar, todo esto tras media hora del pedido, se sumó a la mesa una chimichanga ($7.300). Este plato se prepara de diversas formas según el estado, pero esencialmente es lo que llegó: una gran tortilla de trigo haciendo un paquete con su relleno -pollo al chipotle (un chile ahumado) en este caso-, cubierta por queso derretido (y con unas cuestionables aceitunas de adorno, pero en fin). De comparsa, porotos negros y un arroz picante cargado al humo, lo que resulta algo redundante con el chipotle del relleno.
Se acompañó todo esto de cervezas y correctas micheladas (sólo con limón y ají... puede haber mayor malicia en esta mezcla). La atención fue gentil, aunque más de bar que de restaurante, con una joven recogiendo botellas vacías de cada una de las mesas.
En fin. Como habría dicho el profesor Jirafales: Ta ta taaa.
O sea, al rincón.
Larraín 5862, piso 4.