Cristóbal Urrutia fue el encargado de conducir a la Orquesta de Cámara de Chile en el concierto del viernes en el Teatro Municipal de Ñuñoa, con obras de Von Ditersdorff, Carl Stamitz y Schubert.
Carl Ditters von Ditersdorff (1739-1799) nació 17 años antes que Mozart y murió 8 años después, por lo que puede decirse que fue contemporáneo del salzburgués. Aunque profesaba una enorme admiración por Mozart, le hacía un curioso reproche: no le daba respiro al auditor pues tan pronto se oía una idea genial, era rápidamente seguida de otra, tan admirable como la primera. Al final, la memoria no podía abarcar tanta belleza. Observación interesante pero certera, sobre todo proviniendo de un compositor que en su Sinfonía "Las cuatro edades de la tierra", primera obra del programa, demuestra una gran calidad y originalidad que hace injusta su ausencia en nuestros conciertos. Los movimientos tienen títulos ("La Edad del Oro", "La Edad de la Plata", "La Edad de Bronce") -a los cuales no hay que buscarles necesariamente traducciones musicales- y se precipita hacia un final, único verdaderamente telúrico de la sinfonía, denominado "La Edad de Hierro" (no "del Fierro", como decía el programa...). La orquesta desde el inicio exhibió una sonoridad bella y sorpresiva, muy en estilo, y lució las capacidades del director, a sus anchas en un repertorio que parece serle familiar.
Es conocido el aporte de Carl Stamitz (1745-1801) al repertorio de los Conciertos de clarinete. En esta oportunidad se ejecutó el Concierto Nº 10 y contó con la participación solística de José Chacana, primer clarinete de la orquesta. La obra es una característica pieza amable propia del criterio estético del bon goût dieciochesco. Las ideas no son demasiado conspicuas, pero el excelente desempeño del solista llenó con creces la falta de identidad de la composición. Su ejecución fue impecable, técnica y musicalmente explotó al máximo los recursos idiomáticos del clarinete en cuanto a agilidad y colores de los registros.
Schubert es peligroso. La interpretación de la Sinfonía Nº 2, muy influida por los clásicos, no estuvo a la altura de las obras anteriores. Hubo poca ductilidad, falta de equilibrio entre cuerdas y vientos, y la sonoridad excesiva de los vientos y timbales ocultó las filigranas de los violines, a quienes Schubert, inmisericorde, no da tregua.
La conducción de Urrutia fue precisa y expresiva y hay que agradecerle los dos descubrimientos: la Sinfonía de Von Ditersdorff y el solista José Chacana.