En los años 60, después de la sorpresa de Psicosis, florecieron las películas sobre psicópatas, estimuladas por un éxito tras el cual se divisaba la curiosidad morbosa, pero también imperiosa, sobre la naturaleza del mal. Esa inquietud ha permanecido, y puede estar entre las explicaciones del recorrido triunfal de El clan por Argentina y otras latitudes.
Este recuerdo es pertinente porque, a pesar de su título algo equívoco, este es un filme acerca de un psicópata, Arquímedes Puccio (Guillermo Francella), que en los 80 envolvió a su familia en una sucesión de secuestros por dinero. No es la historia de una familia criminal, sino de un sujeto con un desorden psíquico que le impone su lógica. Una y otra cosa tienen implicancias radicalmente diferentes: una familia podría ser la metáfora de una sociedad, mientras que un sujeto solo puede serlo de su grupo de referencia.
El cineasta Pablo Trapero sitúa el relato entre 1982 y 1985, con referencias a la historia argentina. En el comienzo cronológico, Puccio ve al general Leopoldo Galtieri anunciar el término de la guerra de las Malvinas. El significado de esto es muy preciso: la dictadura militar se derrumba, se aproxima la democracia. Es, pues, una época confusa y turbulenta, donde los militares dejan en estampida el poder y sus privilegios.
Esto tiene singular importancia, porque Puccio, que ha sido funcionario de la inteligencia militar, urde sus crímenes al amparo de este clima. La película sugiere que Puccio es un producto histórico y político (otros de sus compañeros hacen lo mismo), y que su desquiciamiento tiene algo que ver con esto. La psicología supeditada a la ideología.
Puccio es un sujeto pulcro, inconmovible, fanático. Ha convencido a su familia de que sus decisiones son justas y ha creado culpa en sus hijos cómplices, Alejandro (Peter Lanzani), destacado jugador de rugby, y Maguila (Gastón Cocchiarale). La historia se concentra en la relación de Puccio con Alejandro, pero el conflicto del joven resulta siempre más social que moral: deriva de los problemas que se crean en su entorno, no de una conciencia despierta frente a su padre.
Trapero filma con elegancia visual, aunque gran parte de ella tributa a Scorsese (el uso de la canción "I ain't got nobody" en el último secuestro está tomada de Casino y de Toro salvaje, tal como algunos travellings imitan a Buenos muchachos), pero El clan es un esfuerzo demasiado manipulador como para soportar esa comparación: el monolitismo de Puccio, sin un soplo de humanidad de punta a cabo; el maniqueísmo político, con esa idea de la dictadura que se estira en delitos comunes y mentes perturbadas; y la ambigüedad moral, elevada al rango de bobería en la familia, forman, al final, un cóctel indigesto, muy diferente de los que Trapero ofreció en sus inicios como artista libre y original.
Y aquí se llega al problema final de la crítica: no es razonable decir que El clan sea una película totalmente mala; el caso es que está mucho más lejos de ser buena, y esto no depende de cuánto pueda entretener, sino de a costa de qué lo hace.
El clan
Dirección: Pablo Trapero.
Con: Guillermo Francella, Peter Lanzani, Gastón Cocchiarale, Stefania Koessl, Antonia Bengoechea. 108 minutos.