Nadie podría haber anticipado el impacto planetario de la decisión del joven Abdulfattah Jandali de emigrar desde Siria a los Estados Unidos en 1952. Medio siglo después de su arribo, su hijo biológico se convertiría en el ícono del emprendimiento y la innovación mundial. No solo impulsaría una industria completa, sino que la redefiniría. No solo fundaría y dirigiría una de las compañías más exitosas de la historia, sino que transformaría la manera en que interactuamos, nos comunicamos, nos divertimos y trabajamos. Porque, qué duda cabe, su descendiente, Steven Paul Jobs, fundador de Apple, cambió el curso de la historia.

El caso de Jandali ilustra cómo la migración puede generar extraordinarios progresos económicos y sociales, incluso de formas muy indirectas. Por eso, y sin querer obviar la espantosa crisis humanitaria que se produce hoy en Europa, con miles de refugiados huyendo de la violencia y con muy "inclusivos" países cerrando sus fronteras, lo invito a preguntarse ¿qué es más probable?: (a) Que sea el hijo/a de chilenos en el extranjero quien desarrolle la siguiente gran idea que cambie el mundo; (b) que sea el hijo/a de extranjeros que hayan decido emigrar a Chile quien lo haga; (c) que sea un hijo/a de chilenos viviendo en Chile, o (d) ninguna de las anteriores, pues nadie conectado de algún modo a Chile será jamás capaz de tener una idea de ese tipo.

Algunos números antes de que se la juegue por una opción. Primero, la inmigración hace rato le está cambiando la cara al país. Mientras en el 2006 se entregaban 11.764 permanencias definitivas a extranjeros, la cifra se encumbró a 25.989 en el 2013. Basta caminar por las calles de Santiago para evidenciar el fenómeno. Segundo, el número de chilenos que emigran también ha aumentado. A modo de ejemplo, de acuerdo a los censos de los EE.UU., mientras que 82 mil "nacidos en Chile" vivían en el país del norte en el 2000, la cifra alcanzó los 103 mil en el 2013, con casi la totalidad del aumento explicado por individuos con al menos un título universitario. Tercero, Chile sufre un inmenso déficit en investigación y desarrollo (I+D), ingredientes clave para la innovación y emprendimiento. De hecho, mientras el país dedica 0,38% de su producto en I+D, la cifra es de un 2,3% en la OCDE. Cuarto, solo un 0,02% de los chilenos de 15 años alcanza puntajes en el rango más alto de las pruebas PISA (2012). En Corea del Sur o Canadá, el porcentaje es más de 100 veces superior. Así, en Chile, la promoción del talento temprano se reduce a un error estadístico.

Entonces, ¿(a), (b), (c) o (d)? Optar por (d) implicaría aceptar que en nuestro país no existe talento, por lo que la descarto. ¿Y entre las otras? Lamentablemente, los atrasos no dan espacio al optimismo. Por eso, no sé qué me angustia más, si mi elección o lo poco que se está haciendo para explotar el talento en nuestra "copia feliz del Edén".