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Editorial
Domingo 30 de agosto de 2015
Que no nos pasen goles
"Si bien no es fácil medir confianza, en Chile existen distintos esfuerzos para "calcularla". Y la tendencia que emerge de los datos es clara: Durante el último año y medio, la confianza -o lo que se interprete como tal- viene cayendo entre los chilenos..."
No ha sido fácil el inicio de la temporada española para Claudio Bravo. Su competencia en el puesto, el arquero alemán Marc-André ter Stegen, se ha ocupado de informar a los medios su intención de ser el titular indiscutido del Barcelona. Pero la situación parece no haber afectado al capitán de la Roja, acostumbrado a competir para ganarse la vida. Su solidez y esfuerzo le han asegurado la confianza del entrenador asturiano Luis Enrique, para ser el guardameta del Barça en la liga. Pero, ¿y la confianza entre los "compañeros" de equipo? ¿Confiará Bravo en Ter Stegen?
Si bien no es fácil medir confianza, en Chile existen distintos esfuerzos para "calcularla". Y la tendencia que emerge de los datos es clara: Durante el último año y medio, la confianza -o lo que se interprete como tal- viene cayendo entre los chilenos.
Los políticos hace rato han olfateado el potencial del fenómeno. De hecho, no es extraño escucharlos decir que "no es tiempo de trincheras, sino de alentar la confianza", a lo que se agrega: "debemos asumir que la sociedad ha cambiado" y "responder a estándares más exigentes". Ante la realidad del país, es difícil no concordar con las tres ideas, pero ojo con sus interpretaciones y su aterrizaje en las políticas públicas.
Pocas dudas quedan de que los casos de colusión, nepotismo y abuso han modificado la psiquis de la población. Ante esto, se ha planteado la necesidad de profundizar los cambios estructurales que buscan minimizar el ámbito de la "cruel" competencia. Pero la estrategia y el mensaje son equivocados. La creciente desconfianza del chileno no se explica por la presencia de competencia, sino que por su ausencia. Ha sido la constante confirmación de que en Chile existen injustificados privilegios lo que redujo la tolerancia de una sociedad ansiosa de competir en una cancha pareja.
Por eso la necesidad de contar con estándares más exigentes. Estos deben asegurar que las oportunidades de progreso no dependan de la parentela o la cuna, sino que del esfuerzo individual. Y para eso hay que abandonar la trinchera, dejando atrás el falaz cooperativismo y una visión idílica del Estado. Un país en donde el mejor alumno de la clase reniega de la competencia y siente culpa de sus logros está destinado al subdesarrollo.
Seguramente Bravo y Ter Stegen tienen una relación cordial, pero no creo que se presten ni los guantes. Sin embargo, ambos confían ciegamente en que el entrenador ejerce su liderazgo eligiendo en función del trabajo duro y del talento. El resultado es virtuoso: la confianza en que la decisión se tome sin favoritismo impulsa el esfuerzo y aleja la culpa por el éxito. Allí falla Chile. Por eso, no hay mejor remedio a las crisis de confianza que más y mejor competencia. Y para eso en Chile debe primar el imperio de la meritocracia. Que no nos pasen goles.