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Cartas
Viernes 28 de agosto de 2015
Se valoran las disculpas, pero el daño queda
El Ejecutivo lamentó el error del Mineduc por el documento de gratuidad en educación superior 2016 que fue subido equivocadamente a su sitio web. El texto planteaba nuevos cambios de criterios para acceder al beneficio, un reflejo de la interminable improvisación técnica de la política "estrella" de esta administración.
Pero más allá de valorar el lamento ministerial respecto de la forma, consideramos importante volver a los principios y debatir el fondo. ¿Apunta la gratuidad en educación superior -como dice el programa de la Nueva Mayoría- a "construir una sociedad con más oportunidades y más justa"? El sentido común y la evidencia dicen que no.
Quizás los bienintencionados detrás del programa piensen que la iniciativa reducirá la molesta asociación entre los ingresos de las familias y el resultado PSU de los jóvenes, clara señal de la transmisión intergeneracional de desigualdad en el país. Gratuidad sería, entonces, la cura de una porfiada enfermedad. Pero ¿será así? Claro que no. De hecho, la medida agravará la enfermedad: destinará fondos públicos para decorar el penthouse , cuando lo que se requiere es fortalecer los débiles cimientos del edificio (los niveles básicos y prebásicos).
Otros pensarán que la gratuidad contribuirá a reducir las altas tasas de deserción en el sistema. Tampoco la lógica es obvia. Si bien las cifras indican que razones económicas explican una fracción importante del fenómeno, no es necesariamente la obligación de pagar un arancel lo que lo motiva, pues muchos ya tienen becas o créditos. Probablemente sea más importante la falta de dinero, la necesidad de "parar la olla" en la casa, lo que apremia a los alumnos de menores ingresos y los lleve a desertar. De ser así, esos jóvenes no requerirían gratuidad, sino que un programa de ayuda para mantención, bien focalizado.
Y algunos, más osados, quizás piensen que la gratuidad eliminará el mercado del sistema educacional chileno -erradicando la competencia-, por lo cual habría que eliminar los precios para los estudiantes y fijárselos a las instituciones. Otra falacia. Primero, la experiencia internacional en temas de fijación de precios es concluyente. Estas medidas, salvo en casos contados, implica una solución sub óptima. Para Chile el problema es aún más grave, pues implica fijar miles de aranceles de programas diferenciados por área, duración, ubicación y calidad. Así, necesariamente se recurrirá a simplificaciones y arbitrariedades. El lobby de las instituciones se tomaría las oficinas del Mineduc. La competencia transitaría desde el cruel mercado hacia las cómodas oficinas de los burócratas. ¿Es más justo este resultado?
Segundo, en el marco de una adhesión voluntaria al sistema, es probable que no todas las instituciones se incorporen a la gratuidad. Unas por no cumplir con los requisitos y otras porque ven que el Estado pasará a capturar parte de su autonomía, finanzas y gobierno. Mientras las primeras están destinadas a desaparecer, las segundas probablemente operarán en nichos específicos, generándose un sistema fraccionado y segregado compuesto por un frente privado "no gratuito" al que asistirán las élites y los sectores más adinerados, y por uno gratuito, poco dinámico y plagado de burocracias. ¿Dónde quedaría entonces la tan añorada inclusión? ¿Para qué bajar de los patines a las universidades del Estado?
El proyecto de gratuidad presenta problemas de forma, pero son los de fondo los insalvables. Eso explica los problemas técnicos en su diseño. Sus precursores han sido muy efectivos en sus argumentos, pero su gran habilidad esconde una confusión conceptual inmensa. Es de esperar que el nuevo plazo que se dio el Gobierno para ingresar el proyecto al Congreso calme a los fanáticos, los libere de las presiones de una reforma intrínsecamente mal concebida y termine con las improvisaciones. Nunca es tarde para abortar una mala idea. Se valoran las disculpas del Ejecutivo, pero sin una revisión profunda de la iniciativa, el daño queda.
Ricardo Espinoza
U. de Maryland y U. de los Andes
Sergio Urzúa
U. de Maryland y Clapes-UC