Señor Director:

Las expectativas se tomaron la agenda de política pública. El sector privado, ante un conjunto amplio y profundo de reformas, frenó su inversión. Y es que más allá del diseño de estas reformas, no es posible evaluar los proyectos si el rayado de cancha que se enfrentará es demasiado incierto.

Pero hay otras expectativas relevantes, a propósito de las reformas: aquellas sobre los beneficios que esperamos de ellas. Al respecto, me preocupa que se estén incubando falsas expectativas, especialmente en relación a la importancia de la educación para reducir la desigualdad.

Chile tiene un alto coeficiente de Gini, cuyo valor crece con la desigualdad, cuando se compara con los países de la OCDE. Pero lo interesante es que nuestro Gini es muy parecido al de estos países cuando se mide antes de que el Estado cobre impuestos y haga transferencias monetarias, a pesar de la enorme brecha en calidad educativa que nos separa de ellos. Porque para reducir la desigualdad, los países avanzados simplemente transfieren dinero. Por ejemplo, mientras en Chile el Gini mejora desde 0,53 a 0,50 post impuestos y transferencias, en el Reino Unido lo hace desde 0,52 a 0,34.

No se trata de que la educación sea irrelevante para la equidad, pero su contribución consiste básicamente en aumentar la movilidad entre deciles de ingreso, no en reducir sus diferencias. En los países con mejor educación, la cuna predice menos el ingreso durante la vida adulta.

Por lo tanto, si se pretende reducir la desigualdad, la tarea del Estado es doble: cambiar el paradigma, aceptando que se deben realizar más transferencias monetarias a los que tienen menos; y mejorar su capacidad operativa para que estas transferencias lleguen a quienes más las necesitan. Pero esperar que esto sea resultado de una reforma educacional, solo defraudará las expectativas.

Raphael Bergoeing
Centro de Estudios Públicos y Universidad de Chile