Gran impulsora de esta producción de "Gianni Schicchi" (Puccini, 1918) del Teatro Municipal de Las Condes es Miryam Singer, responsable de régie , escenografía, vestuario e iluminación, quien trasladó la acción al siglo XXI y que puso énfasis en los aspectos de farsa que tiene esta comedia sobre las miserias humanas. Su juego teatral es incesante desde que se abre el telón, con un preámbulo sin música para describir la calaña de los familiares de Buoso Donati, el rico recién fallecido cuya herencia se pelearán entre todos. El tono general -enfatizado por el vestuario- es esperpéntico, en especial para los parientes, salvo en el caso de Rinuccio y del propio Schicchi y su hija Lauretta. Llama la atención la mirada en este punto porque los supuestos aristócratas están vestidos como "nuevos ricos" -"la gente nuova" en el libreto, expresión traducida en los sobretítulos como "gente de esfuerzo"- , mientras que la "gente nuova" -vale decir, el bribón Schicchi y Lauretta- aparecen como personas normales.
Singer organiza una exigente planta de movimientos -casi una coreografía- desde el inicio hasta el fin del espectáculo, lo cual representa un desafío para el grupo de cantantes, que a la vez deben atender una partitura que no les da un momento de respiro. Divertida la idea de la directora de escena de fusionar la embriaguez económica de la parentela con el apetito sexual. El traslado de la trama por los siglos en este caso se hace sentir porque el libreto explicita la fecha en que ocurre la acción (1 de septiembre de 1299), lo que fija de manera determinante una época, y por las múltiples referencias a Florencia, con sus torres, sus puentes, sus cúpulas y su río. Esto tiene un atenuante al final, cuando la escena se abre a una vista magnífica de la antigua y hermosa ciudad, con la pareja de amantes en ensueño y los codiciosos arrancando con los pobres tesoros conseguidos.
Una orquesta de 25 músicos es insuficiente para una partitura como esta, detallista y de numerosas sorpresas auditivas; la reducción de Panizza utilizada cumple, pero no logra dar cuenta del intenso melodismo pucciniano y tampoco de la impresionante y riquísima orquestación, pues los instrumentos no parecen integrados a una trama sonora. Primó un sonido metálico, brillante y unidireccional más que uno envolvente. Eduardo Browne condujo con precisión y coordinó adecuadamente foso y escenario, pero su dirección resultó poco flexible y de escasa expresividad.
El barítono Patricio Sabaté anota otro gran rol en su carrera. Excelente cantante y actor, su Schicchi sabe transitar por la astucia, la dulzura y la desfachatez, y también logra ser el timonel del alboroto escénico propuesto. También el tenor Sergio Járlaz ofrece un muy buen Rinuccio; estuvo notable en la alegre y expansiva aria "Firenze è come un albero fiorito". La soprano Virginia Barrios (Lauretta) es musical y su emisión es fácil y suave; su "O mio babbino caro", sin embargo, fue enfocado desde una perspectiva demasiado ingenua e infantil. Claudia Lepe (certera y terrible como Zita), Constanza Domínguez (Nella), Maribel Villarroel (concupiscente Ciesca), Antonio Fernández-Brixis (Gherardo), Nicolás Aguad (Betto), Matías Moncada (Simone) y Diego Álvarez (Marco) ejecutaron con propiedad los atractivos números de conjunto, a la vez que se vieron totalmente dueños del carácter de sus personajes.