El país se ha conmovido por el descubrimiento de la conducta deshonesta de sus ciudadanos lÍderes en varios ámbitos: los curas, los políticos, los empresarios. Antes de hacer los juicios lapidarios que nos surgen, habría que pensar si estamos en un país que aprecie y cultive la honestidad. Y la respuesta de muchos sería que la mayoría tiene vergüenza de ser honesto.
Esto sucede porque vivimos en un país donde la cultura dominante es la del éxito. Y si no somos o más bien si no nos sentimos exitosos, entonces nos llenamos de vergüenza. Y para tolerarla, nos disfrazamos.
Si cada mañana yo abro mi clóset y elijo el disfraz que corresponde al día que viene por delante, la tensión que acumulo es infinita. Porque si tenemos vergüenza de ser quienes somos, es que nuestra identidad no nos gusta. Es distinta a la culpa, que tiene que ver con nuestros actos. La vergüenza tiene que ver con nuestra identidad. No me gusta como soy, me pongo un buen disfraz porque quiero (como todos los seres humanos del planeta) que me acepten y me quieran.
En realidad, los que nos quieren, necesitan saber cómo somos. Da seguridad. El coraje, la diferencia, la originalidad, surgen de la pérdida de la vergüenza. Y nos hacen más queribles porque decepcionamos menos.
Seamos serios. Si miramos con cuidado, los que nos quieren bien son los que nos han visto vulnerables. Porque como todos somos vulnerables, es un alivio para el otro encontrarse con alguien honesto. Le permite bajar las defensas, acallar la vergüenza, y sentir -con sorpresa a veces- que es querible tal cual es.
La gracia de ser honestos es que disminuimos la tensión y nos deprimimos menos. Hay una mochila pesada cuando tenemos que andar con tanto disfraz a cuestas para querernos y ser queridos.
El miedo de perder el amor del otro lo tenemos todos. Otra cosa es el miedo a que nos descubran y no seamos más dignos de aprecio y cariño y admiración. Andar sin disfraces es un alivio.
Un paciente con quien me encontré en el estacionamiento de mi consulta me dijo: "Usted no puede andar en ese auto con el prestigio que tiene. La hace aparecer como rasca, como perdedora". Yo comprendí que me estaba diciendo lo que él sentía. Él quería una terapeuta top y mi auto no lo reflejaba. Hasta ese punto la imagen debe mantenerse para que nos aprecien y quieran. Y en Chile este rasgo es más acentuado que en otros lugares. No tener miedo de romper la vergüenza y mostrarnos como somos es, a estas alturas, un estupendo antiestrés. Y es, además, una señal de patriotismo. Hagamos patria, seamos honestos. Lo vamos a pasar mejor, y vamos a tener una país más libre.