La estrategia de la diplomacia chilena con Bolivia se ha empeñado en polemizar repetidamente con aquel Presidente. Es un hombre perturbado. En estos días ha demostrado nuevamente su paranoia: acusó de espionaje a periodistas chilenos que reporteaban en Bolivia; amenazó con expulsar al cónsul de Chile en La Paz por cumplir con su trabajo de hacer visitas de cortesía a autoridades regionales, y atribuyó a un plan chileno la huelga de Potosí, región postergada, con una cesantía del orden del 40%. Incluso pretendió la responsabilidad del Gobierno de Chile por la publicidad de una empresa de telecomunicaciones británica, de capitales finlandeses, con operaciones en Chile. En cada uno de estos casos, sin que fuera necesario, hubo un pronunciamiento de las autoridades nacionales.
La Presidenta y la Cancillería no deben exponerse a responder a las fastidiosas amenazas, delirios y agravios del Presidente de los cocaleros. Su agresividad lo descalifica y su rupturismo no se contiene replicando a sus ataques verbales. Las acciones episódicas terminan siendo reactivas. El Presidente altiplánico busca que sigamos su juego mediático para eternizarse en el poder y atribuirse legitimidad, protagonismo y respaldo de personeros y foros internacionales. No hay que darle en el gusto. Hay que ir por otro lado.
"Miente, miente, que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá". Esa machaconería la utiliza el Presidente vitalicio de Bolivia para provocarnos.
Tampoco hay que sorprenderse de que reciba apoyo mientras su falsa victimización no se desenmascare. Ya sabíamos -o debíamos saber- que el Papa Francisco cuando se llamaba Jorge no era neutral en la reclamación boliviana. Poco o nada podíamos hacer para que no se aprovechara ese Mandatario que no quiero mencionar.
Ha llegado el momento de ignorar al Presidente de marras y dejar que se quede hablando solo. Mientras tanto, la diplomacia nacional debe seguir con su trabajo de divulgar la correcta narrativa expuesta en La Haya. El mensaje sobre los derechos territoriales de Chile, de los que tribunal alguno puede disponer, debe ir acompañado de la difusión de la institucionalidad y los valores políticos, culturales y sociales chilenos. La diferencia con Bolivia y su gobierno es obvia. No es una comparación odiosa: es la realidad proveniente de los pésimos gobernantes bolivianos.
Chile más que duplica a Bolivia en embajadas residentes y en misiones en el exterior. Estamos en condiciones de aplicar una diplomacia tanto pública como silenciosa, ambas despersonalizadas del falso mesías boliviano, destinadas a fortalecer la posición e imagen chilena ante la comunidad internacional.
Ha llegado el momento de ignorar al Presidente de marras y dejar que se quede hablando solo.