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Editorial
Martes 04 de agosto de 2015
Ideario político y selección de candidatos
La tentación de incluir figuras de notoriedad pública para sumar votos a la lista, con cierta independencia de su ideario, puede aumentar con el estreno del nuevo sistema electoral...
Tras competir en los Juegos Panamericanos, una reconocida deportista nacional comentó que miraba con interés la posibilidad de proyectar su futuro profesional en el terreno de la política. Entendiendo que las decisiones del deporte dependerían en gran medida de lo que sucede en el Congreso, agregó que estaba analizando la mejor forma para lograr ser elegida como diputada. Si bien aclaró que ella no tiene color político, admitió acercamientos con diversos partidos e identificó aquel donde se ha sentido más escuchada.
Si bien la legislación puede tener consecuencias que afecten las políticas de fomento al deporte, igual cosa sucede con la más amplia gama de temas. Con todo, las aspiraciones de la deportista son muy legítimas, tanto como las de cualquier ciudadano que desee dedicar sus aptitudes y vocación de servicio público a impulsar el progreso del país desde la política, especialmente cuando la brecha que divide a ciudadanos de políticos va en alarmante aumento.
En una democracia representativa, el encuentro y la coordinación entre la ciudadanía y lo político es precisamente el rol que les cabe cumplir a los partidos políticos, organizaciones que deben su origen a la elaboración, promoción y defensa de ideas orientadoras sobre lo que estiman bueno y provechoso para una sociedad. Por eso inquieta cuando los partidos políticos debilitan su misión constitutiva en procura de asegurar objetivos electorales con candidatos eventualmente más próximos al sentido y la emoción de los electores, pero distanciados de su ideario fundacional. Se entiende que en un contexto de crisis política los partidos busquen medios más directos para restablecer y fortalecer la "conexión ciudadana", pero eso debe siempre hacerse sobre la base de las orientaciones políticas que los definen, pues son ellas las que deben en última instancia dar sentido a su quehacer.
El estreno del nuevo sistema electoral proporcional en las próximas elecciones parlamentarias puede agudizar ese fenómeno. La tentación de incluir figuras de notoriedad pública que contribuyan a reunir votos para la lista puede acrecentarse ante la incertidumbre que experimentan las colectividades respecto del comportamiento de los electores dentro del nuevo distritaje.
A mayor abundamiento, esta estrategia puede cobrar aún más fuerza si se considera que, muy probablemente, la nueva regulación electoral que termine aprobándose signifique una disminución de los recursos financieros disponibles para campañas. Nadie desconoce el hecho de que para imponerse a los legisladores en ejercicio se requiere que los candidatos desafiantes logren superar la desventaja de ser menos conocidos, y el camino para lograrlo es una buena campaña electoral. De allí que, ante las severas restricciones de aportes privados a las campañas que promueve la coalición oficialista, las personalidades conocidas públicamente, sea por una anterior trayectoria artística, deportiva o cultural, dispondrán de una evidente ventaja para participar. Por eso, los partidos tendrán que equilibrar todos estos aspectos en busca de una forma de enfrentar el examen democrático que verdaderamente los fortalezca en el mediano y largo plazo. En un sistema representativo como el chileno, una mejor política depende de partidos que se planteen objetivos para los cuales el triunfo en las urnas sea solo un medio para alcanzarlos, en ningún caso un fin. De seguirse este principio, hoy es todavía tiempo para la preparación y promoción de candidatos cuyo perfil, desempeño público, esfuerzo y talento personal contribuyan a restablecer la alicaída confianza pública en los partidos políticos.