Tras "La UP" -muchísimo más estimulante- en 2013, la última obra que estrena Marco Antonio de la Parra, "Los pájaros cantan en griego", se mueve en dos flancos y ambos con problemas. El más determinante es su medio específicamente libresco: toca con alguna ironía el llamado ' boom ' de la narrativa latinoamericana que floreció en las décadas del 60 y 70, y alude a ese mundillo literario, mientras se concentra en la febril angustia que invade al creador cuando escribe su obra.
Su protagonista es un autor de esa corriente a quien la pieza sigue por tres décadas en su búsqueda de fama y reconocimiento. En él asoman reflejos de varias plumas ilustres del ' boom '. Más aún, Manuel Cienfuegos -narcisista y a la vez inseguro, homosexual encubierto, hipocondríaco- resulta sumamente parecido a José Donoso (y toma además rasgos de un personaje de una novela suya). El texto, cuyo curioso título proviene de una frase de Virginia Woolf citada por Donoso, menciona, asimismo, una larga lista de escritores.
Así, entonces, es un montaje destinado idealmente al espectador amante de los libros que pueda deleitarse con los referentes y descubrir analogías y divergencias biográficas. Un público más culto literariamente que el nuestro. Como el de Buenos Aires, donde la obra tuvo su premiere en 2013 y en una versión más extensa (de 90 minutos, aquí dura casi una hora). El respetable y la crítica porteñas la recibieron, no obstante, con prudencia.
La otra vertiente, que enriquece la anterior, es la compleja y tormentosa relación de sus únicos dos personajes. La docena de escenas describe someramente -a lo largo de 30 años, saltando de Santiago a México, Barcelona y Estados Unidos- cómo evoluciona la simbiosis de dependencia recíproca, a la vez mutuamente destructiva, entre el escritor y su esposa, una suicida compulsiva, promiscua y adicta al alcohol y las drogas. Lo que recuerda a "Quien le tiene miedo a Virginia Woolf" en más de algo.
Ese flanco de la puesta, que dirigió Aliocha de la Sotta, funcionaría harto mejor si Alex Zisis no diera a su desempeño un tono monocorde y desapegado. No hay pasión ni turbulencia en el rol que él encarna; ni siquiera se esfuerza por mostrar el paso de los años. Como su contraparte, Alessandra Guerzoni, luce mucho más interesante y matizada. Por ende, la interacción de ambos, cada cual por su lado, es pobre; no hay "química" posible entre ellos. Otro punto en contra es la escenografía, cuya pesada y tiesa materialidad impide que ella pueda sugerir el continuo cambio de ambiente (y país) y el transcurrir temporal. Incluye además al costado izquierdo un bastidor mal hecho que simula al parecer un ventanal (pero detrás hay otro inexplicable bastidor).
Teatro Finis Terrae. Jueves a sábado a las 21:00 horas, domingo a las 19:30 horas.