Más de cuatro meses tuvieron que pasar para que, aún tímidamente, usted se decidiera a volver a tomar el timón del barco, Presidenta. El abandono comenzó cuando el torpedo Dávalos impactó severamente en la línea de flotación de su gobierno, haciendo que le comenzara a entrar agua justo cuando se vislumbraban algunos rayos de sol en medio de la tormenta de las reformas. Y duró, aparentemente, hasta su declaración de "realismo sin renuncia" de hace tres semanas. Entremedio hubo un par de intentos fallidos por recuperar el favor de la tripulación y un posterior cambio forzado en el puente de mando, pero tan a contrapelo suyo, que los nuevos oficiales no recibieron instrucciones claras y tuvieron que ir encontrando el rumbo por sí mismos. Solo la ulterior llegada de un tercer oficial parece haberla llevado de vuelta al timón.
A propósito, uso las expresiones "tímidamente", "aparentemente" o "parece", porque lo cierto es que conducir el barco en las condiciones actuales demanda habilidades que en sus travesías previas no ha debido emplear y que tendría que desarrollar. Así se puede inferir, al menos, de la disociación que se observa entre las palabras que empleó al retomar el mando -que marcan un cambio de rumbo- y el tono en que las profirió -que más parece el de quien pide permiso para hacer algo que no va a ser bien recibido-.
Arrogándome un rol que usted no me ha pedido ejercer, Presidenta, y que puede sonar presuntuoso, en las líneas que siguen me voy a atrever -como un ciudadano a quien le importa su país- a ofrecer algunas reflexiones que podrían ayudarla a conducir el barco en este escenario de tempestad y de reducida credibilidad. Porque lo primero es tener claro que en circunstancias como estas no se actúa como en aguas mansas, ni tampoco esperando a que los vientos amainen por sí solos. En las crisis -y estamos viviendo una- es necesario que el capitán aparezca y tome el timón, con firmeza y destreza, para bajar la incertidumbre y permitirle a cada oficial y tripulante aportar desde su lugar. El cónclave de mañana, en este sentido, será un momento clave, y usted lo sabe.
Contexto de crisis
Los años 2008 y 2009 vivimos una crisis económica, provocada por causas externas -las recordadas hipotecas subprime -. Hoy estamos viviendo otra, pero política y provocada por causas internas. Y ambas le han tocado a usted, en su rol de Presidenta.
Es importante entender que la crisis actual no nace de las reformas -o más bien transformaciones- impulsadas por su gobierno. Se sabe que cambios de esa magnitud siempre van a generar desequilibrio y tensión, aun cuando se hagan sin retroexcavadora y con prolijidad -que no ha sido el caso aquí, por cierto-. Usted predijo que así ocurriría y estuvo dispuesta a poner su capital político en juego para sacarlas adelante. Y, de hecho, las encuestas de enero ya estaban mostrando esos primeros rayos de sol, hasta que los escándalos políticos transformaron la tormenta en tempestad, que usted, Presidenta, no vio venir ni supo prevenir, y que terminó entrando en su propia casa.
Ahí es cuando comienza la crisis, y en este caso usted es parte de ella, a diferencia de la que tuvo que enfrentar en su primer gobierno. Por lo mismo, el desplome de su popularidad -lo sabe bien, Presidenta- no tiene que ver con las reformas, sino con la traición que supuso el caso Dávalos en el imaginario colectivo. Si hasta ese momento usted era para la gente "una de las nuestras", a partir de entonces esa misma gente la vio como "una más de ellos", una más de aquella "oligarquía" que, al final, se sirve a sí misma.
¿Presidenta o vecina?
En las crisis, las personas buscan certezas y miran a sus autoridades para encontrarlas. Son estos los momentos estelares del rol de autoridad. Así construyeron su fama Churchill o Mandela, y sucumbieron otros como De la Rúa o Zapatero -Lagos y Frei serían buenos ejemplos chilenos de los últimos años, respectivamente-.
Desde luego, es más fácil enfrentar la crisis cuando se tiene una alta credibilidad, que no ha sido su caso esta vez, Presidenta. Quizás por esto es que usted ha buscado primero recuperar su popularidad para luego retomar el timón de mando. ¿Y cómo lo ha intentado hacer? Usando la receta que antes le había funcionado: la cercanía con la gente. De ahí que retomara el vínculo con sus "chiquillos" de la Selección - selfies incluidas-, que comentara el robo del celular de su hija, que le mandara una amistosa carta al Colegio de Profesores en medio del conflicto, o que llegase a usar la expresión "leseras". Pero nada de eso ha producido el efecto deseado, ni siquiera el triunfo nacional en la Copa América. Y es que el escenario de hoy es distinto.
Los niños podrán querer que sus padres sean como sus amigos en todo momento, menos cuando están en problemas. Ahí buscan que se hagan cargo, y poco importa si el lenguaje es cariñoso o si los quieren poco. Lo mismo pasa con una Presidenta en momentos de crisis, de quien la gente no espera sea buena vecina o amiga, sino que provea dirección y orden, aunque tenga semblante duro y distante.
Es cierto. Actuar así implica, la mayor parte de las veces, decir cosas que no van a caerles bien a todos, pero justamente ahí está la esencia del rol de autoridad: tomar decisiones difíciles en momentos críticos. Lo contrario sería pretender ser monedita de oro. Quizás le sirva de muestra la dura pero realista respuesta que dio hace unos días Angela Merkel a una niña refugiada palestina en relación con las políticas de inmigración de Alemania.
Realismo con renuncias
Y hablando de respuestas realistas, ojo con esa expresión de "realismo sin renuncias", porque usted bien sabe que eso no es realista. El intento de priorización de reformas que anunció el 10 de julio implica, por definición, renuncias. Y si eso no queda claro mañana, seguiremos en la tempestad, cada vez más a la deriva.
En momentos como estos se requiere de un lenguaje claro, un tono decidido y un cuerpo erguido. Yo sé que lo suyo no es eso precisamente. Yo sé que lo que le acomoda más es un lenguaje conciliador, un tono suave y un cuerpo acogedor. Y, sin ir más lejos, eso le sirvió en la crisis económica de 2008-2009, pero eso es porque, antes que dirección y orden, lo que se requería era protección, y usted tenía la billetera fiscal y los rasgos personales para hacerla posible. Era la representación de la madre protectora.
Hoy no existe un enemigo externo del cual protegernos. Hoy la división y la incertidumbre están entre nosotros, y usted debe proveer dirección y orden, con decisión, aunque eso le signifique actuar fuera de su zona de confort y adaptarse a las circunstancias. Me parece que sus ministros tienen una buena noción del alcance de ese realismo en el escenario actual, pero no pueden actuar si usted no da señales claras, sin ambigüedad. Hoy usted está llamada a ser la representación del padre resolutivo.
Paradójicamente, pese a las críticas iniciales que recibirá de muchos grupos de interés al dar esas señales, con el correr de los meses su credibilidad tenderá a recuperarse, justamente porque las expectativas de la mayor parte de la población han cambiado. Si al elegirla Presidenta aspiraban a un país idealizado, sin reparar en los costos y esfuerzos que implica alcanzarlo, hoy aspiran a un país mejorado, estando más conscientes de que las recetas mágicas no existen y de que las reformas, sin capital político que las conduzcan, quedan a merced de los grupos de presión -¿o no es eso lo que ha pasado con la Carrera Docente?-.
Al final del día, Presidenta -y no digo nada que usted no sepa-, ser realista es más importante que cumplir con las promesas, y ejercer su rol desde lo que las circunstancias exigen es más importante que hacerlo desde lo que le pueda resultar más natural. Mañana sabremos si usted está dispuesta a ello.
Juan Carlos Eichholz