A fines de los 80, el doctor Hank Pym (Michael Douglas) logró dar con una partícula capaz de reducir el tamaño de objetos y seres, multiplicando su fuerza, según el principio del mundo de las hormigas. Muchos años después, Pym ha perdido su empresa a manos de un aprendiz ambicioso, Darren Cross (Corey Stoll), y teme con razón que su obtuso hallazgo científico, que en el pasado ocultó por su peligroso potencial militar, sea utilizado ahora con menos escrúpulos y más riesgo para la integridad de la humanidad. Sin esta amenaza, desde luego, no hay superhéroe.
Con el fin de recuperar la partícula y los ingenios que permiten convertirla en una chaqueta mágica, Pym recluta tramposamente al experto ladrón Scott Lang (Paul Rudd), que viene saliendo de la cárcel con la obsesión de convertirse en un hombre de bien y recuperar el afecto de su hija Cassie (Abby Ryder Fortson).
Lo obvio es que Scott va a transformarse en el anunciado hombre hormiga, pero esta película se toma unos desconsiderados 30 minutos antes de llegar a ese punto, que es donde empiezan los problemas entre el tamaño normal y la miniatura humana. Y donde parte la misión para salvar al inadvertido planeta.
Esta es otra de las invenciones de Marvel, la factoría -ahora subsidiaria de Disney- especializada en superhéroes de segunda, muchos de los cuales han ocupado en estos años el firmamento de las superproducciones fantásticas. El hombre hormiga, a diferencia de muchos de sus colegas, no funciona solo, sino que debe ser apoyado por un ejército de hormigas de diferentes especies. Esto convierte a su futuro en algo más feble, aunque Marvel no hace casi nada que no tenga alguna secuela.
¿Cuál es el principio moral de esta película? Lo que Pym comparte con Scott no es la bondad ni el interés por la humanidad, lo que dudosamente tienen, sino que ambos han perdido a sus esposas: el doctor, en el espacio cuántico; el ladrón, en manos del detective Paxton, bastante más despreciable que el espacio cuántico. Y ambos desean superar esos dolores consiguiendo que sus hijas los amen: la pequeña Cassie y la bien llamada Hope (Evangeline Lilly). Una variante marveliana del mito de Electra.
Lo que queda de Ant-Man: El hombre hormiga es, al fin, un cierto sentido del humor reflexivo, es decir, un toque de burla hacia el mundo de los superhéroes, la superchería científica y el propio hormiguismo como principio cósmico.
La secuencia más cómica ocurre cuando el hombre hormiga se enfrenta a un rival en medio de una pieza de juegos y el encuadre de tamaño normal muestra sus efectos como los imperceptibles movimientos de unos juguetes. Algo que está cerca de la nada. O quizá de ese espacio cuántico, que es la otra idea seductora del relato: la muerte como reducción subatómica. Y subfílmica.
Ant-Man.
Dirección: Peyton Reed.
Con: Paul Rudd, Michael Douglas,
Evangeline Lilly, Corey Stoll,
Bobby Cannavale, Michael Peña.
117 minutos.