La convivencia con el Partido Comunista parecía hace un par de años un negocio tan rentable que hasta la pobre DC, cuyo instinto le hacía presentir el peligro, terminó por ceder y dar su visto bueno a la Nueva Mayoría. La conveniencia no era solo electoral: como la gente estaba cansada de la vieja Concertación, la inclusión de los comunistas traía consigo aires nuevos e incluso permitía adornarse con la aureola mística que venía del mundo estudiantil. Además, un PC en La Moneda aparentaba ser el mejor modo de controlar a la calle, esa criatura caprichosa que tanto le había amargado la vida al gobierno de Sebastián Piñera.
Lo que quizá no se pensó lo suficiente es que el PC nunca entrega su cariño únicamente por amor. Estuvo dispuesto, sí, a llegar a La Moneda, con el desprestigio que eso significa en épocas antiinstitucionales como la nuestra, pero lo hizo a cambio de un buen número de prebendas y de presentar al país un programa que unos años atrás ni siquiera en un fumadero de opio (para usar terminología de Escalona) podrían haber imaginado.
La convivencia funcionó con cierta tranquilidad el primer año de la Nueva Mayoría. Para muchos observadores, resultaba sorprendente ver al PC transformado en un perrito faldero que de vez en cuando respondía con unos ladridos a quien le faltaba el respeto a su ama. Pero empezaron los problemas y, como por arte de magia, el cariñoso PC ha comenzado a mostrar una cara diferente.
Bastó que la Presidenta hablara de algún tipo de realismo, por muy aguado que se encuentre, para que los descendientes políticos de Luis Emilio Recabarren comenzaran a usar esos tonos amenazadores que siempre se les han dado tan bien. En todo caso, ahora tienen la ventaja de poder combinar el puño crispado de Teillier con las conmovedoras lágrimas de Camila, como se vio el miércoles en la Cámara, unas lágrimas que ciertamente ayudaron a sacar a flote un proyecto de carrera docente que parecía irremediablemente encallado.
Lágrimas y puñetazos: un arsenal perfecto para enfrentar cualquier problema que se ponga por delante.
¿Qué pasará si, de aquí en adelante, el Partido Comunista decide ponerse realmente pesado, y se toma en serio su amenaza de estar con un pie en La Moneda y otro en la calle? Algunos pesimistas ya han empezado a recordar la polémica figura de Gabriel González Videla, a quien, tras asumir apoyado por los comunistas en 1946, le colmaron tanto la paciencia con huelgas y zancadillas, que terminó por proscribirlos en 1948, en uno de los episodios más debatidos de nuestra historia nacional. La situación de Bachelet sería incluso más incómoda que la de Gabito, porque ella ni siquiera tiene el consuelo ilusorio de pensar que con mano dura es posible tranquilizar a un PC alborotado.
En la política del Partido Comunista de los últimos años hay, con todo, mucho de bluf, porque solo hasta cierto punto ese conglomerado controla la calle. Él tiene poder como para agitarla, pero es incapaz de calmarla si son otros los que han armado la tormenta, como se ha visto en el penoso caso del paro de los profesores. Con él se ha comprobado que buena parte de nuestros educadores está lejos de tener la disciplina que, de modo ejemplar, observamos en su presidente, el comunista Jaime Gajardo.
Dicho con otras palabras, dado que el PC ha perdido la mística que pudo haber tenido hace 70 años, hoy solo le queda influir en la política chilena no por los ideales, sino a través de la extorsión. Pero incluso esa es un arma muy limitada, porque siempre habrá otros que la emplean mejor que él, de manera más radical y profunda, ya que carecen de las limitaciones que derivan del hecho de ser parte de la coalición gobernante. De modo, entonces, que ni siquiera tiene el atractivo de la originalidad.
En todo caso, la presencia del Partido Comunista en el Gobierno le dará movimiento a la política chilena del porvenir. Probablemente serán bastantes sus socios en la Nueva Mayoría los que tendrán que recordar un viejo dicho de campo: "el que se acuesta con niños, amanece mojado".