A celebrar cuanto se pueda y hasta donde se deba. Quienes creían que Chile saldría campeón de Copa América -no soy uno de ellos- tienen todo el derecho de hacerlo. La convicción que han tenido es admirable y su fidelidad con la selección es, hasta cierto límite, envidiable. Y aunque este título es un bien democrático que ha sido capitalizado por una gran cantidad de usuarios oportunistas, ciertamente que ese grupo de hinchas leales a ultranza puede sentirse premiado por la historia. Se les ha cumplido más que un deseo; pueden morirse tranquilos, han dicho varios. Para los que sean capaces de sobrevivir, bienvenidos a la realidad.
La mayoría de los éxitos deportivos chilenos no han perdurado básicamente porque no ha habido una política de desarrollo a partir de ellos, sino que un modelo de rentabilidad cortoplacista detrás de los mismos. Y eso que en tiempos pretéritos no existían las sociedades anónimas deportivas... ¿Es esta selección nacional mejor de lo que era antes de ganar la Copa América? A simple vista no, pero tiene ahora una conquista que la hace diferente, única, y en consecuencia la opción de generar una oportunidad de cambio que traspase los límites de la cancha de fútbol y abarque un ámbito estructural.
Nadie discute que la Copa América es un logro inédito, de envergadura, quizás irrepetible en mucho tiempo una vez que expire competitivamente esta generación dorada. Pero aún mayor es la ocupación que supone. Quienes piensen que a partir del sábado se ha empezado a escribir una nueva narrativa del fútbol chileno, que incluso podría contagiar al resto de los deportes, olvidan o ignoran que la selección está a años luz de reflejar el nivel del fútbol local y sus estrellas, más aún de ser una aproximación a los exponentes de las otras disciplinas.
que cuando gritan los goles chilenos revelan la épica de una legendaria carga de padecimientos colectivos. Que edifiquemos una nueva estructura a partir de lo que ha hecho la selección en la última década es el verdadero desafío, porque si no terminaremos siendo víctimas de nuestra insana bipolaridad y muy probablemente deprimidos cuando los actuales héroes no puedan repetir las hazañas.
Paseemos el trofeo por todo Chile, rindamos homenaje a los seleccionados, convenzamos a Sampaoli de que siga adelante, admiremos los estadios que legó esta Copa América, disfrutemos el título. Pero cuando tiremos el cable a tierra, veamos qué estamos haciendo con nuestras divisiones inferiores y por qué las selecciones menores carecen de proyección a mediano plazo; pensemos cómo fortalecemos la competencia en lugar de optimizar financieramente los torneos; revisemos qué grado de institucionalidad les estamos exigiendo a los clubes y qué barreras de entrada se han dispuesto para impedir que empresarios inescrupulosos adquieran clubes que han sido depreciados por irresponsables; proyectemos cómo se incorpora el conocimiento adquirido de estas experiencias exitosas en la cotidianidad de las temporadas. Examinemos cuánto de este inolvidable triunfo corresponde a un trabajo de base y cuánto a la excepcional calidad de este grupo de futbolistas y la atinada dirección técnica. Cuando tengamos respuestas para estas interrogantes, salgamos a celebrar de nuevo.