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Editorial
Martes 30 de junio de 2015
¿Restricción inteligente?
En los últimos episodios críticos no se observó que la restricción vehicular haya tenido efectos sustantivos sobre la calidad del aire. Es más efectivo y equitativo realizar una verdadera fiscalización...
El Gobierno desea implementar un nuevo esquema de restricción vehicular con el objetivo de limitar las emisiones de gases contaminantes. El proyecto consiste en diferenciar entre vehículos más y menos contaminantes, de manera que la restricción se aplique en mayor medida a los primeros. La razón, según el Ministerio del Medio Ambiente, sería que los vehículos catalíticos con más de cinco años de antigüedad contaminarían tanto como los no catalíticos. Los vehículos en las diversas categorías se identificarían por distintos tipos de sellos, a los que se aplicarían las restricciones diferenciadas.
Se debe señalar, sin embargo, que los más de un millón y medio de automóviles solo producen el 20% de la contaminación en Santiago. Eso es aproximadamente la mitad de la contaminación que según algunos expertos genera la combustión de leña en Santiago durante el invierno, que es cuando ocurren los episodios críticos. El consumo de leña tiene dos orígenes: una parte corresponde a familias de bajos ingresos en la Región Metropolitana y otra fracción proviene de calefactores instalados en el barrio alto. Gran número de estos no cumple las nuevas normativas y cada chimenea contamina unas diez veces más que un automóvil. Otra fuente de contaminantes son los camiones y buses: las pocas decenas de miles que operan en la RM contribuyen en una proporción similar a los más de un millón y medio de automóviles. Además, los vehículos con motores a gasolina aportan muy poco a las emisiones de material particulado fino (MP2,5), las más peligrosas para la salud y cuya nueva norma es la que ha llevado a los actuales episodios críticos en la Región Metropolitana.
Aún no tenemos el nuevo Plan de Descontaminación de Santiago, que establecería las medidas más eficientes para mejorar la calidad del aire usando criterios basados en concentraciones de MP2,5. Es por ello que se utilizan medidas costosas y poco apropiadas, ya que no se observó que la restricción vehicular haya tenido efectos sustantivos sobre la calidad del aire. Pese a que el ministro de Transportes se felicita por los buenos resultados sobre el funcionamiento del Transantiago debido a la menor congestión, esto no era el objeto de la restricción. El hecho de que el ministro haya sido uno de los inspiradores intelectuales del Transantiago no debería ser el motivo para imponer condiciones onerosas a los ciudadanos y que no son efectivas en la lucha contra la contaminación. Tampoco es convincente el argumento sobre el aumento en la contaminación de los automóviles con más de cinco años de antigüedad. Las revisiones técnicas anuales -un poco laxas- deberían detectar tal aumento, y no lo hacen.
Medidas más efectivas y equitativas consisten en una real fiscalización de los diversos emisores y una modernización de las flotas de buses y camiones. Las restricciones a los vehículos de acuerdo a su antigüedad es una medida cuyos efectos recaen sobre la parte de la clase media que puede comprar un automóvil pero no es capaz de renovarlo cada pocos años. A los grupos de mayores ingresos, muchas veces con varios automóviles o que los cambian frecuentemente, la medida los afectará menos. Es más equitativo acelerar la construcción de los corredores exclusivos, que resolverían los problemas de los buses del transporte público.
La propuesta del Ministerio del Medio Ambiente parece tener un costo elevado sin beneficios conmensurables, porque existen otras fuentes sobre las que se debe actuar primero, y porque la forma que toma la medida es poco equilibrada en la distribución de esos costos.