Toda mala acción debería tener una consecuencia y eso es lo que ha pasado con Jara. No importa quién haya inventado la trampa, ni los antecedentes del destinatario de esta, ni si -como dice Pizarro- son todos unos "carerraja". Lo que hizo el defensor chileno no se hace bajo ninguna circunstancia y merecía un castigo.
En el mundo del fútbol todos solemos confundirnos, y en ese sentido otra vez la Federación chilena nos deja perplejos con sus determinaciones. Acusó a siete uruguayos en "revancha" por lo de Jara, sin que hubiera convicción de que la agresión de los charrúas ameritara una acusación de por sí sola. Y, por supuesto, evitó un pronunciamiento sobre el proceder de su propio jugador. Una vez que termine la Copa, habrá certeza de que en Quilín no hay opinión sobre las materias candentes, sino oportunismo para estar siempre cerca cuando de abrazar se trata.
La tarea de Sampaoli será, esta vez, recomponer su bloque defensivo que ante Uruguay actuó casi sin fallas. El fútbol de Chile invita al entusiasmo por contundencia, compromiso y afán ofensivo, al punto de que no parece haber dos opiniones: hasta ahora ha sido el mejor, lo que no siempre alcanza para ser campeón.
Levantar la primera corona después de un siglo de competencia es un desafío para este plantel en que la hinchada, la prensa y las autoridades ayudan, pero no inciden. El anhelo de todo un país supone también una cuota de responsabilidad y distancia de quienes son garantes de los procedimientos. Esos que hemos perdido cuando avalamos colectivamente al ''Cóndor'' Rojas, o la falsificación de pasaportes, o los incidentes frente a Boca en el Monumental para la Copa del '91. El afán de triunfo ha confundido hasta los más probos, y esta selección no escapa al juicio moral indispensable en los grandes eventos.
El asunto es complejo porque, reitero, esta selección empuja a la adhesión por lo que hace dentro de la cancha. Por la madurez que han alcanzado algunos de sus integrantes, por la entrega limpia y honesta de la mayoría. Poner distancia a la pasión por lo que ha ocurrido disciplinariamente no es una opción para el periodismo: es una obligación, que no siempre encontrará correspondencia en el sentir del hincha, que corre por un carril distinto. A los más fanáticos jamás les importará el juicio moral, ni aquí ni en otras latitudes. Será siempre fácil encontrar episodios en que las mayorías tendieron un manto de olvido para entregarse al gozo de la victoria. Y no es necesario irse muy lejos para encontrar escandalosos ejemplos.
Por eso las lecciones de moral que vienen desde fuera hay que calibrarlas en su mérito. Están las honestas y también las interesadas. En lo que a nosotros respecta, no hablamos desde la inocencia, sino desde la encrucijada moral. Y allí hay que tomar una opción: es en blanco y negro, o con matices. Y, como todo en la vida, lo mejor es evitar el juicio lapidario y absoluto.
Jara está bien sancionado. Pero eso no nos convierte en los más malos de la película ni nos impide seguir soñando en grande.