Una obrera industrial recibe la noticia de que ha sido despedida de su trabajo después de una votación en la que la mayoría de sus compañeros eligió el pago de una prima en lugar de mantener el empleo de ella. Esto parece uno de esos melodramas del cine de Griffith en el comienzo de la era industrial. Pero los hermanos Dardenne lo trasladan a un pequeño pueblo de la Bélgica actual, con una protagonista, Sandra Bya (Marion Cotillard), que viene saliendo de una depresión y que ahora debe enfrentar el dilema moral de recuperar su empleo o aceptar que los demás obreros obtengan su pequeño y necesitado beneficio monetario. Es decir, una historia postindustrial.
Sandra es informada de su nueva situación laboral en la mañana de un sábado. De los 16 trabajadores de la fábrica de paneles solares, solo dos votaron por su permanencia y en contra de la distribución de la prima de mil euros. Su amiga Juliette (Catherine Salée), que estuvo a su favor, la ayuda a conseguir que el jefe autorice una nueva votación para la mañana del lunes. La expectativa, por supuesto, es conseguir en poco más de un día la mayoría necesaria, nueve votos, para revertir el despido... y el pago de la prima.
En consonancia con su pasado depresivo, el primer instinto de Sandra es llorar y replegarse en su abatimiento. Pero el impulso de su marido, el buen Manu (Fabrizio Rongione), cocinero de un restaurante, la moviliza a buscar a sus compañeros para pedirles que cambien su voto. Este recorrido forma el cuerpo narrativo principal de la película.
Y forma también el cuerpo moral, porque Sandra atraviesa por todas las posibilidades de respuestas, en un abanico de razas y estatutos culturales. La compasión, el egoísmo, la indiferencia, el miedo, la culpa, el dolor y la bronca se despliegan ante la protagonista como un repertorio de la condición humana bajo las reglas del trabajo asalariado.
Como siempre hacen en sus películas, los Dardenne evitan el sentimentalismo, pero refuerzan, y hasta exageran, los momentos de contradicción de sus personajes (por ejemplo, los reiterados intentos de Sandra por abandonar la cacería de votos), mientras los siguen con la tenacidad de esos largos planos que los hacen respirar, sentirse, vivir en la pantalla. Esta poesía de la presencia se impone sobre los posibles excesos del melodrama.
Dos días, una noche es fiel al mundo de los Dardenne: la clase trabajadora o desposeída, sus momentos triviales y los dramáticos, la cercanía solidaria (nunca intrusiva) de la cámara y, sobre todo, los dilemas morales extremos. Pero esta película, por sobre otras anteriores (El hijo, El niño), está iluminada por una forma de esperanza que cabría llamar cristiana, como lo fue la mayor parte del neorrealismo italiano del cual descienden. Quizá no sea una noticia muy alentadora para muchos de sus descomedidos imitadores neomaterialistas, pero es cine de primera, gran cine sin duda alguna.
Deux jours,une nuit.
Dirección:
Jean-Pierre y Luc Dardenne.
Con: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione,
Catherine Salée, Baptiste Sornin,
Olivier Gourmet.
95 minutos.