Una de las cosas que más me gustaron del polémico incidente del premio Nobel británico Tim Hunt fue la respuesta rápida y con mucho sentido del humor que tuvieron decenas de mujeres científicas (y también hombres, hay que reconocer) en las redes sociales. Biólogas, arqueólogas, físicas y un sinnúmero de otras investigadoras y académicas salieron a defender su sitio en los laboratorios, para desmentir que ellas pueden ser “perturbadoras” para el desarrollo de la ciencia. Me pareció una manera muy femenina, no agresiva y eficaz para demostrar que sí nos hemos ganado un lugar en cualquier mundo.
Vestidas con sus trajes de trabajo, todos bien poco glamorosos, dieron testimonio de lo que las mujeres son capaces de hacer en un ámbito que está dominado por los hombres, lo cual es motivo de una larga y persistente lucha para equiparar la cancha. Y como ejemplos, aparecieron madame Curie (“Estoy feliz de que Curie logró parar de llorar para descubrir el radio y el polonio”), y Rosalind Franklin, que “era tan ‘perturbadoramente sexy’ que a Watson y Crick se les olvidó darle crédito por haber descubierto cómo funciona el ADN”.
¿Qué había ocurrido”. Con gran desatino, a sir Tim —que obtuvo el Nobel de Fisiología y Medicina en 2001 por su aporte al estudio de las moléculas de proteína en la división de las células, y fue ungido caballero por la reina Isabel cinco años después— se le ocurrió decir en una conferencia de periodistas y científicas que su problema con las mujeres en el laboratorio es que “pasan tres cosas: uno se enamora de ellas, ellas se enamoran de uno, y si uno las critica se ponen a llorar”. Un comentario que quiso ser divertido pero que cayó pésimo, y no tardó en ser replicado por una indignada asistente en su Twitter, y dar la vuelta al planeta. Hunt pidió disculpas, dijo que había sido “estúpido” plantear eso en un auditorio lleno de mujeres. Claro, no fue suficiente —porque era evidente que se arrepintió de decirlo ahí, no de pensarlo— y fue obligado a renunciar a su puesto de profesor honorario en la University College London, institución que se precia de haber sido la primera que aceptó alumnas en sus aulas.
El caso recuerda al de Larry Summers, que dejó la rectoría de Harvard después de ser criticado por decir que las mujeres tenían menos capacidad natural para las ciencias y las matemáticas. Summers creyó que citar algunos estudios al respecto sería suficiente, pero el poder de lo “políticamente correcto” fue superior a cualquier argumento. Y lo que ocurre además es que hay más estudios que sí demuestran la discriminación, el sesgo en las contrataciones y las diferencias de remuneraciones de científicas en Estados Unidos de lo que muchos académicos quieren reconocer.
El debate provocado por Hunt tiene raíces profundas y no será tan fácil que pase al olvido. Aun con leyes a favor de la igualdad, los cambios culturales requieren tiempo, y el asunto es que hacer una guerra frontal me parece menos práctico que enfocarse, dedicarse al máximo y tener metas claras, tanto en las ciencias como en cualquier otro ámbito en el que se quiera cambiar la manera en que se valora el trabajo femenino.