Amanecer en La Boca, en la costa de la Sexta Región. Un hombre juega con un perro en la playa solitaria. Una mujer lava las escalinatas de una casa. En el interior, otro hombre lleva una taza de infusión a otro. Un cuarto trabaja en un jardín. En estas primeras imágenes, El club presenta a sus protagonistas y establece el clima sombrío que acompañará al relato.
Los hombres son cuatro sacerdotes retirados de la vida pública, obligados por las autoridades de la Iglesia a vivir en reclusión después de haber establecido actuaciones delictivas en su pasado. Vidal (Alfredo Castro) carga conductas de pedofilia; Ortega (Alejandro Goic) fue acusado de robar recién nacidos; Silva (Jaime Vadell) fue confesor de los militares que violaron los derechos humanos; y Ramírez (Alejandro Sieveking) purga su condena hace ya muchos años, por hechos que ya nadie recuerda. La mujer es la monja Mónica (Antonia Zegers), también condenada a la reclusión, que los sirve, los organiza y los vigila. La única entretención de los cinco es el galgo Rayo, al que el padre Vidal entrena, con obsesión por la voracidad, para que compita en las carreras clandestinas del pueblo.
La llegada del padre Lazcano (José Soza), también imputado por pedofilia, altera la rutina de la casa. El nuevo ocupante llega seguido por una víctima, el vagabundo Sandokan (Roberto Farías), que le recuerda a gritos sus violencias sexuales. El desenlace de ese incidente motiva la llegada de un investigador jesuita, el padre García (Marcelo Alonso), que viene a conocer de qué se trata todo esto.
A partir de ese punto, el padre García toma la guía moral de la película. Sus ásperos interrogatorios y sus instructivos disciplinarios están dirigidos por una abierta repulsión hacia los moradores del lugar. La misión de cerrar la casa -que según la monja se realiza en todo Chile- tiene un propósito incierto (¿liberarlos? ¿entregarlos a la justicia?), pero está presidida por un deseo de castigar a los curas mucho más allá de la clausura social en que viven.
El club es, ante todo, una historia de venganza, la que desearían quizá las víctimas y la que viene a ejecutar, como un juez que ya ha decidido su sentencia feroz, el padre García. Toda la violencia visceral contenida en la película, la repulsión por sus personajes, el sarcasmo cruel -desde el título hasta las campanas que acompañan la ordalía final-, la miseria moral que los rodea, el detalle de sus obsesiones psicóticas -la más notable, la que desarrolla Alfredo Castro- están recubiertos con una sed de castigo testamentaria, más allá de la vida. Lo único que no tiene cabida es la fe: pecados y punición, nada más. Es una historia que construye a sus personajes solo para despreciarlos.
El club es probablemente la cinta más eficaz de Pablo Larraín. Su relato es económico, climático, cortante, rápido y enervante. No hay un momento de respiro, ni un solo segundo en el que la tensión abandone la pantalla. No hay tampoco un instante de luminosidad. Ni de compasión, ni de esperanza.
El club
Dirección:
Pablo Larraín.
Con: Alfredo Castro, Jaime Vadell,
Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Antonia Zegers,
Roberto Farías, Marcelo Alonso, José Soza.
98 minutos.