Tanto el Movilh como la Fundación Iguales anunciaron que el siguiente punto de su agenda, después de la aprobación de la Ley de Unión Civil, será el proyecto de ley sobre identidad de género, que actualmente se tramita en el Senado. Casi simultáneamente salió a la luz pública el caso de un niño de cinco años, a quien la familia decidió cambiarle el nombre y tratarlo como mujer, porque, según los especialistas, tendría la condición de transexual: biológicamente es varón, pero psicológicamente sería una niña. En este ambiente, no sorprende que, entre las prioridades que la Presidenta Bachelet fijó en su discurso del 21 de mayo, estuviera la presentación de indicaciones del Ejecutivo a la referida iniciativa legal.
No hay duda de que las personas transexuales merecen respeto, comprensión y acogida. Pero, por lo mismo, no resulta apropiado camuflar lo que, según la psiquiatría, es un genuino trastorno mental conocido como disforia de género. Hay que aclarar que el "cambio de sexo" no es posible: las cirugías de "reasignación de sexo" obtienen una apariencia más o menos lograda de la genitalidad deseada, pero la persona sigue siendo genética y biológicamente varón o mujer. De poco le sirve a la persona trans un cambio del sexo en el Registro Civil; se trata igualmente de un enmascaramiento: él o ella seguirán teniendo el sexo original, más allá de lo que digan sus papeles.
Lo que resulta criticable es que la delicada -y muchas veces dramática- situación de las personas transexuales haya pasado a ser utilizada como emblema de combate para imponer una concepción que plantea que la identidad de la persona puede desligarse de las determinaciones biológicas que conforman su realidad corporal. Es lo que se conoce como la ideología de género y que pretende suplantar, en el lenguaje y la cultura, el concepto de sexo por el de género, entendido este como una condición que depende de la autopercepción de cada individuo. Se asume el viejo dualismo que considera que el cuerpo no es más que un envoltorio material en el que reside el yo psicológico. La conciencia subjetiva determinaría autónomamente su identidad y el cuerpo debería adaptarse a lo que ella determine.
Por eso, los transexuales aparecen ahora subidos al mismo carro de lucha que lesbianas y homosexuales, agrupados con una sigla que va incrementándose en la medida en que aparecen nuevos "géneros": LGBT (lesbiana, gay, bisexual, transexual), LGBTI (se añade el intersexual), LGBTIQ (se agrega el llamado queer ) y así hasta llegar -por ahora- a LGBTTTQQIAA (por razones de espacio omitimos los significados de cada letra). Una vez desarticulada la noción de identidad sexual, como integradora de lo psicológico y lo corporal, y cuya expresión se encuentra en la recíproca relación entre hombre y mujer, se desnaturalizan las realidades propias de la familia: el matrimonio, la filiación, la paternidad y la maternidad.
Lamentablemente, el proyecto de ley sobre identidad de género no está diseñado para ofrecer soluciones a las personas transexuales, sino para legalizar e institucionalizar la ideología de género. Se plantea que basta la declaración del interesado, más una información sumaria de testigos, para que el juez resulte obligado a modificar la inscripción de nacimiento en cuanto al nombre y al sexo. Es más, se le prohíbe solicitar informes médicos que constaten la presencia de una disforia de género. De llegar a aprobarse esta iniciativa, el Registro Civil perderá toda confiabilidad en cuanto al sexo (biológico) de las personas inscritas y dejará de cumplir su rol de constatación pública de hechos objetivos y verificables, que justifica su existencia.
Con razón ha dicho el Papa Francisco que la ideología de género parece expresar una frustración "que quiere eliminar la diferencia sexual porque ya no sabe enfrentarse a ella", sin advertir que "quitar la diferencia es el problema, no la solución".