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Cartas
Lunes 01 de junio de 2015
Quemar la Gratitud Nacional
Señor Director:
No todo da lo mismo. Cuando esto se olvida, la brújula se vuelve loca. En este momento de Chile conviene recordar el tango de nuestros hermanos argentinos, Cambalache: "Todo es igual... ves llorar la Biblia, junto a un califont...". No da lo mismo quemar un kiosco, lo cual ya es una inmensa brutalidad antipobre, que quemar la puerta santa de un templo, y todavía de la comunidad de los curas salesianos de san Juan Bosco.
Me tocó ser presidente internacional de una institución fundada para defender a los cristianos perseguidos por los regímenes comunistas, por capitalistas inmisericordes, por musulmanes fanáticos, o por reyezuelos africanos comebilletes y chupasangre. Una cosa aprendí durante 30 años. Si queman una casa o una escuela, es algo terrible... pero si queman un templo, una sinagoga, una iglesia dedicada a la Virgen María, es una salvajada, una profanación del sentimiento cumbre de una persona y de una comunidad humana.
Sí, porque lo más noble de lo humano es ponerse de rodillas ante la grandeza de Dios, ante la grandeza personal de cada ser humano. Eso es un templo cristiano, porque Dios se hizo hombre y el hombre se hizo Dios. Lo de la Gratitud Nacional no solo es un fuego antihumano, es una carajada anti Chile, antipatria, un escupo al Dios vivo, en el cual cree la inmensa mayoría del pueblo pluricultural de Chile. Por último, los salesianos se han sacado la mugre por 100 años, en favor de la gente sin comer, sin trabajo ni perspectivas, y por una clase media que hoy es dirigente al servicio de un Chile que no grita eslóganes ni va encapuchado. Siempre han sido cara al aire y al ojo del vecino.
Salesianos del cardenal Raúl Silva Henríquez, quien les salvó la vida, o buscó los cadáveres de jóvenes extremistas o no. Esto me lo recordó hasta su muerte el P. Hernán Alessandri, pariente de dos Presidentes de Chile, que se hizo mendigo brillante para fundar "María Ayuda", donde se atiende a las jóvenes chilenas más desamparadas ante la brutalidad masculina. Él les enseñó a ellas que son templos, y que los templos de ladrillos algo se les parecen.
P. Joaquín Alliende