La palabra misma es vaga, de origen francés, vinculada a órdenes nobiliarias y funciones militares. Se relaciona con ensamblar. Quizás por aquí podamos comenzar a entender a dónde se nos quiere llevar: elitismo y órdenes a cumplir. El debate político-ciudadano no cabe en esta palabra.
De a poco pasamos de una discusión en blanco y negro, asamblea o no asamblea, a otra no más matizada sino más vaga y confusa: un proceso constituyente con incidencia ciudadana pero en el marco legal. En un tiempo más las nebulosas e ignorancias de muchos políticos harán que parezca natural este jeroglífico, a fuerza de repetirlo. Por este camino se formará una babel de lenguas, en que todos pronunciarán esta fórmula sacramental pero cada uno asignándole el sentido que desea. Finalmente, solo los que hoy están iniciados en el secreto serán los que tengan la batuta para lograr que la ciudadanía -el público, probablemente "la calle"- diga lo que se busca que tiene que decir mientras todos los demás sigan especulando sobre lo que quieren que quiera decir. Lamento tener que usar un trabalenguas, pero la cosa va por este camino para engatusarnos.
Hace medio siglo la revolución estudiantil la puso de moda. Se trataba que todos nos declaráramos en asamblea permanente, es decir, que nos olvidáramos de nuestras preocupaciones cotidianas y de labrar nuestras vidas para volcarnos exclusivamente al debate ideológico y desvinculado de la realidad. Allende reforzó esta idea en el Mensaje de 1971 y hoy se replantea igual.
A estas alturas del debate los sacerdotisos han logrado un avance trascendente con el hecho que cada vez más gente acepta que haya que cambiar la Constitución solo porque carecería de un origen ciudadano, eludiendo y olvidando sus treinta y cinco años de vigencia y de beneficios para todos. Ha sido el triunfo del ideologismo por sobre la realidad. Nada indica que el nuevo gabinete vaya a trazar nuevos rumbos. Más bien todo dice que, en la medida que lo económico mejore, todo lo demás será posible con cada vez menos oposición. Capitalismo y socialismo unidos.
Imaginemos a todo el país reunido discutiendo una nueva Constitución. Como es imposible, sí podemos pensar en numerosos grupos con sus intermediarios oficiosos y expertos en manejo de choclones, transmitiendo las "conclusiones" del pueblo que dispongan sus oligarcas mandones. Y los políticos la respaldarán pensando recuperar su credibilidad. Pero no será una manifestación de la herencia republicana.