En medio del desmadre, el Padrino cumple. Antes del Congreso de la FIFA, Joseph Blatter sostuvo que para evitar una guerra por los cupos a los mundiales entre las distintas confederaciones, era partidario de que las plazas se jugaran en la cancha.
Después de la elección más tormentosa que recuerde el organismo que nació el 21 de mayo de 1904, el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Juan Ángel Napout, anunció que la Conmebol mantiene sus cuatro representantes en la Copa del Mundo y que un quinto jugará con un asociado de otra confederación la opción de estar en Rusia 2018.
Los dirigentes de la región fueron a mantener el espacio que ganó Julio Grondona, y lo consiguieron. No sabemos cómo se salvó este privilegio, sustentado en la historia de Brasil, Argentina y Uruguay (entre los tres suman nueve títulos mundiales) y la habitual clasificación de nuestras selecciones a los octavos de final.
La legitimidad que surge de los resultados permite esta distorsión matemática, a partir de la cantidad de afiliados a cada una de las confederaciones. Y la legitimidad es una palabra clave desde la madrugada del miércoles recién pasado. Porque implica respeto y reconocimiento. Dos atributos que Blatter, independientemente de que haya conseguido alzarse por quinta vez como máximo dirigente del fútbol, carece. Y en una organización piramidal, donde la tónica es ser ciego, sordo y mudo, la lógica es que las costumbres y conductas se replican sin chistar.
El escudero de Joao Havelange transitará un camino complejo. Las acusaciones e investigaciones de la fiscalía de Estados Unidos proseguirán. En su papel de guardián global, el sistema de justicia estadounidense apuntará a los peces más gordos. En este caso, Blatter sería el bocado preferido. En esa dinámica, los más pequeños quedarán expuestos.
Ahí radica el gran problema de Sergio Jadue. En su condición de timonel de la Federación de Fútbol de Chile, es acusado de formar parte de la red de presidentes de las asociaciones de la Conmebol que recibieron coimas por los derechos de televisión y marketing de las próximas cuatro copas América.
Menos de seis meses después del escándalo donde se conoció que Jadue dijo a la fiscalía local que sí tuvo relación comercial con los condenados propietarios de Unión La Calera (Tomás Serrano y Jorge Fuenzalida), negándolo con posterioridad en una entrevista al diario La Tercera, el nombre del máximo dirigente del fútbol nacional es cuestionado. Un escenario incierto, porque lo que estamos conociendo es el comienzo. Loretta Lynch, la fiscal general estadounidense, algo guardará en la baraja. Con seguridad los testimonios y confesiones generarán un panorama impredecible.
¿Es posible que el fútbol chileno siga bajo esta conducción? La respuesta razonable y prudente es no. Que Jadue busque demostrar su inocencia es justo, pero mientras dure este procedimiento no es sensato que la federación y la ANFP se vean arrastradas. Si existen responsabilidades, éstas son individuales, y no pueden comprometer a las instituciones.
El Consejo de Presidentes y el directorio de Quilín necesitan comprender que lo sucedido en la FIFA es muy grave, pero también que en el país los estándares de probidad y transparencia (menos mal) crecieron. Jadue tendría que suspender su mandato y exhibir su inocencia. Que la ANFP planteara, a través de sus órganos comunicacionales, que estudiaba contratar abogados para afrontar la defensa de su timonel en los tribunales estadounidenses no corresponde. Significa involucrar a la entidad. Jadue debe afrontar su defensa de manera personal.
Urge la voz de los 32 clubes. El fútbol chileno reclama legitimidad.