Es inconmensurable el favor que Perú le ha hecho a la cocina japonesa al tomarla como porta-injerto de esa estupenda fruta peruana, el estilo nikkei.
Pero para que el cultivo resulte, hay que perder timideces y lanzarse, con audacia verdaderamente peruana, cuesta arriba con las mezclas, invenciones y demás operaciones culinarias que Perú practica con tanto éxito.
En el restorán Hanzo nos hemos encontrado con una poco sentadora timidez que no está a la altura del desafío. Sin ser malos los platos, les falta precisamente "nikkeidad".
Lo mejor fue una sopa "misoshiru" ($4.000) que, al parecer, de nikkei no tenía mucho: deliciosa sopa de pescado, fina, con algunas algas (luche, seguramente) y trocitos de tofu sin función sápida alguna. Ricas, las sopas japonesas.
Luego catamos los "furikake rolls" ($4.700), rellenos con camarón panko, pulpa de centolla y palta, más una salsa "kaizen", con aceite de sésamo e insuficiente picor. Nada malos, pero (perdón) demasiado japoneses... Y unos "lomo maki" ($ 5.500) que nos desilusionaron: nos prometíamos algo desaforadamente nikkei, es decir, un roll de "lomo saltado"; pero el lomo de envoltura estaba prácticamente crudo, tenía solo salsa de "lomo saltado", cebolla tempura y las papas fritas (esperábamos ver bien solucionado este problema) eran un espolvoreo de virutitas fritas sin realmente sabor. ¡Qué diferencia con lo mismo que comimos en el Maido, en Lima, donde la ecuación se resolvió con auténtico genio!
Dos entradas calientes: "fuji maki buta" ($8.700), minirollitos primavera, más bien duros, rellenos con chancho salteado con salsa miso-panka, algo pesados, acompañados de una deliciosa salsa huacatay (lo mejor del plato); y unos inmensos "dragon rolls" ($8.700): curiosa masa de envoltorio, rellenos con salmón, pulpa de centolla, queso crema (ay), salsa cítrica de ostión y espárragos, que fueron reemplazados (sin advertencia) por pepino (no hay espárragos en sazón). Destacable que la centolla, dentro de ese conjunto, supiera a tal, señal clara de su frescura y calidad.
Fondos. Un "ika rex" ($11.900): calamares trozados, salteados en salsa de ají amarillo con curry, con "carashi y yuzu" (inidentificables), más trozos de pak choy (muy buenos) y tomates "cherry". Como idea de mescolanza nikkei no estaba mal; pero se pasó (ay, de nuevo) en un punto de sal. Y un "beef teriyaki" ($11.500): gran cantidad de cebolla en dicha salsa dulzona, y trozos de bistec demasiado grandes (hubo que recurrir a cuchillos para partirlos; no debe pasar).
Los postres no tenían nada de muy japonés. Nos fuimos por uno de lindo nombre, "ópera de marfil", porque contenía té verde; pero no lo pudimos saborear: había demasiado chocolate blanco (y helado de frutos rojos), y el conjunto resultó algo abotagante.
Había tacu-tacus, buena cosa. Limonadas correctas (pero les faltó "punch"...). Buen servicio. Pensamos que aquí solo faltó audacia; hay buenos ingredientes y técnica. Quizá faltan más peruanos cocinando. Aléjense del porta-injerto.
Estacionamiento fácil. Monseñor Escrivá de Balaguer 5970, Vitacura, 2 2218 3773.