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Cartas
Jueves 28 de mayo de 2015
¿Enseñar o no religión?
Señor Director:
Algunos lectores se han empecinado en presentar de manera diferente lo que expuse en mi columna sobre la enseñanza de la religión en establecimientos educacionales públicos.
No he propiciado que se expulse a las religiones del espacio público (¿cómo podría una religión carecer del derecho a expresarse?), ni que lo sea de todo establecimiento de enseñanza (¿cómo podría un colegio católico o hebreo renunciar a divulgar la respectiva religión?), ni que ella salga por completo de los establecimientos públicos de educación (la religión es un fenómeno tan antiguo como importante). Lo que he sostenido es que estos últimos no deben enseñar una determinada religión ni menos el credo de una iglesia en particular y ofrecer, en cambio, historia de las religiones, aspectos comparados de estas, apreciación de la espiritualidad y del sentimiento religioso, pero sin tomar como propias las banderas de una religión o de una iglesia.
Aunque algún lector ha sostenido que el Estado neutral en materias religiosas es una utopía, lo cierto es que un Estado laico (independiente de todas las religiones) y no laicisista (enemigo de todas ellas) no tiene más alternativa que ser neutral. Neutral frente al debate entre religiones y entre iglesias que comparten una misma religión, pero igualmente tolerante con todas ellas.
¿Qué pensaríamos de un Estado y de sus establecimientos públicos de educación que a la hora de instruir sobre partidos políticos en una asignatura de educación cívica propiciara la enseñanza solo de la historia, principios y programa de un partido determinado (así fuera el mayoritariamente votado)? ¿O si en clases de filosofía enseñara un sistema filosófico como verdadero, excluyendo a todos los demás?
En cuanto a los padres que transmiten su religión a los hijos como si se tratara de los genes o de la leche materna, ¿no seríamos más respetuosos de la autonomía que llegarán a tener niños y jóvenes si se les enseñara religiones y no solo una de ellas, sobre todo cuando la enseñanza de una religión en particular se reduce muchas veces a catequesis y a un interminable listado de inhibiciones para agradar a un Dios altamente improbable? ¿No debería enseñárseles religión de una manera que favoreciera mañana no la sumisión, sino la libre elección de tener o no tener religión, de adscribir a una u otra iglesia, o de permanecer en la vida con la feliz desesperanza de los que careciendo tanto de religión como de iglesia se las ingenian para dar algún sentido a su existencia y para comportarse éticamente?
Agustín Squella