Me amargo cada vez que paso frente a la Casa Central de la Universidad de Chile, institución que cambió mi vida. No soy un fan del amarillo con blanco del histórico palacio, pero en este caso el color es lo de menos. Son los continuos rayados de sus murallas, los lienzos, los daños, la sensación de estar frente a un edificio para la patada y el combo, lo que genera pesar.

Pero si los problemas de la fachada generan disgusto, lo que ocurre en su interior produce preocupación. Y no me refiero a la reciente toma del edificio o la nueva necesidad de contar con dormitorios en su interior (para "salvaguardar la Casa Central como espacio de diálogo" ante la toma, un académico optó por asilarse en su oficina por varios días... ojalá nos esté engañando y todo sea parte de un estudio sociológico), sino que a la delicada situación institucional de la casa de Bello.

La Universidad de Chile enfrenta, al menos, cuatro graves problemas: una excesiva burocracia interna, la carga propia de la pesada regulación del Estado, un añejo orden institucional y una estructura de financiamiento inadecuada. No cabe duda que la negativa combinación ha afectado su competitividad, la que ha sido solo compensada (hasta ahora) por un cuerpo académico de primer nivel que mantiene su reputación (¿hasta cuándo?). De hecho, aun cuando no se plantee en estos términos --competitividad huele a "mercado", un tabú en muchos círculos de la Chile-, la situación motivó, al menos en parte, la nueva revisión de sus estatutos, proceso en curso que tendrá duración y resultados inciertos.

Pero como es natural, el financiamiento es lo que más apura a sus autoridades. Y en medio de la coyuntura, parece que el proyecto de gratuidad de la educación superior les estaría ofreciendo la oportunidad de negociar un mejor trato. Por lo menos, así se infiere del entusiasta apoyo que el rector, Ennio Vivaldi, ha dado públicamente a la idea.

Sin embargo, existen buenas razones para pensar que el rector es demasiado optimista. La fijación de aranceles y restricciones sobre matrícula que vendrán con la gratuidad apretarán más la camisa de fuerza que viste hoy a la Chile. A esto es necesario agregar las "innovaciones" que puedan aparecer en cuanto a selección, sueldos (algunos se escandalizarán por los salarios de académicos top ), cogobierno y la mayor segmentación de un sistema en donde existirá un trato diferenciado entre las instituciones que adhieran a los convenios de gratuidad y aquellas que decidan no hacerlo.

Por eso la gratuidad será cara para la Universidad de Chile. El precio que tendrá que pagar será una menor competitividad. Lamentablemente, sus autoridades parecen obviar los riesgos y consecuencias. Ojalá no sea invierno la única estación que se escuche en la universidad de Vivaldi. Por de pronto, su apoyo a la gratuidad augura, al menos, un largo otoño para el 1058 de la Av. Libertador Bernardo O'Higgins.