Al ingresar a la sala vemos a "Calibán" encerrado en una jaula de vidrio. Cuando se apagan las luces, lo empujan hacia fuera, pero nos queda su imagen como en vitrina. En silencio y en penumbras, entran los personajes. Ariel va a primer plano, emite un canto suave; tiene en su espalda unas pocas y tristes plumas. Próspero, a pesar de llamarlo "ángel mío", lo trata con aspereza. La primera escena no es, como en Shakespeare, la tempestad que da nombre a la obra.
"La Tempestad" es una comedia que Shakespeare escribió, según lo dice Próspero en el epílogo, para agradar. Su primera escena debió hacer reír al público el año de su estreno, 1611: sin importarles su rango, los marineros increpan a los nobles porque molestan en las maniobras; la forma en que los cortesanos justifican sus deslealtades los muestra en toda su risible mezquindad. Música y baile alegran la historia, el sonido del timbal resuena y marca ritmos. Lo que realmente impulsa la acción no es el perdón, sino los sorprendentes actos de magia (condenada en ese tiempo) y la estupidez de los argumentos de los nobles. No es un drama inspirado en la grandeza del perdón, es una comedia.
Su carácter gracioso lo resaltó Declan Donnellan en la bella versión rusa que trajo a Santiago a Mil el año 2013. Allí, los nobles, superficiales y consumistas estaban felices por la magia de comprar y pagar con tarjetas de crédito.
El encargo de hacer una nueva versión de "La Tempestad" que le hizo el GAM a Juan Radrigán, le dio la oportunidad de hacer él también un juego: usar la trama de Shakespeare para referirse a los temas actuales que a él le interesan: la apropiación del poder, la desmedrada situación en que están siempre los servidores, la no aceptación del perdón ni la reconciliación.
En uno de los primeros parlamentos, Radrigán hace decir a Próspero: "Inauguramos los tiempos venideros del desagravio. ¡Quince años de tinieblas darán paso a un torrente de luz!". Lo que alude a oscuridades más cercanas y a sus esperados tiempos de desagravio. Al servicial y dócil Ariel lo hace decir: "Solo existo para acatar órdenes, en mi memoria no hay tiempos sin amos, tiempos de vida propia", y Próspero le responde: "Ese estado de cosas es tan antiguo como la tierra y no tiene remedio", en lo que escuchamos la voz de Radrigán.
"La Tempestad" de Shakespeare termina cuando Próspero, ya en camino de regreso a su ducado, pide la indulgencia del público para perdonar los errores de su comedia. En cambio, Radrigán asigna el epílogo a Calibán; él, al ver partir las naves, dice: "se van más deshonrados que enaltecidos. Su casta no resiste la pérdida del boato y del poder, la tradición le cayó encima y perdonó... todo fue una colosal faramalla, un cuento de hadas que disfrazó de tragedia". No hay altura espiritual en el perdón de Próspero, solo el interés de volver a ser Duque y casar a su hija con un príncipe.
En esta versión, el papel de Próspero lo hace Claudia di Girólamo. Ella ya encarnó con gran acierto el papel de varón en su personaje "Orlando" el año 2009, pero su Próspero me parece discutible. Está siempre encorvada como bajo el peso de una gran carga, gesticula demasiado, su andar es sinuoso. No proyecta la seguridad que le dan su ciencia y sus poderes, pero está muy bien cuando observa, impasible, cómo sus cautivos se debaten dentro del círculo de sortilegio y les hace ver su traición. Allí es fuerte y contenida. Moisés Angulo es un eficaz Ariel de imagen sugerente y suave canto. Mariana di Girólamo es la bella y amada hija Miranda, el personaje es en sí mismo un tanto ingenuo, rasgo que ella acentúa con los movimientos de su falda. Francisco Ossa, con espesa barba y pelo hirsuto, es convincente como el sojuzgado Calibán, que hace sonar sus cadenas, y llega a ser imponente cuando vuelve a ser el amo de su isla y ve que todos "se van más deshonrados que enaltecidos".
Rodrigo Pérez, el director, emplea la luz en grados mínimos. Apenas logramos vislumbrar al fondo el cuadro de Gericault que inspiró a Egon Wolff, "La Balsa de la Medusa". Los cantos y bailes de la ninfas son mascaradas. El carácter teatral está resaltado por el ingreso de las máquinas de viento y de truenos que hace funcionar en escena. Las actuaciones, teniendo la sobriedad de su estilo, están marcadas todas con una cierta ironía.
Radrigán no acepta que la reconciliación nos salve del naufragio espiritual. Dice a través de Calibán: "¿Y el daño causado? El llanto no vuelve al ojo, la sangre no regresa a la herida y el deterioro del alma es irremediable". Esta "Tempestad" es muy distinta, sería mejor ponerle otro nombre, y hay que ir a verla no por Shakespeare, sino por Radrigán.
LA TEMPESTAD
Versión de Juan Radrigán de la obra de William Shakespeare.
Dirección: Rodrigo Pérez.
En el GAM, hasta el 27 de junio: miércoles a sábado, 21 horas.