El estilo más amigable y dialogante que exhiben los nuevos ministros sin duda ayudará a mejorar el clima económico y político, tan convulsionado en días recientes. Pero lo que el país requiere con urgencia es que la Presidenta Bachelet imprima nuevas prioridades a la acción del Gobierno. El próximo 21 de mayo puede ser la ocasión propicia.
La misión de las nuevas autoridades es reconstruir la confianza. El frenesí reformista desatado el año pasado hundió las expectativas de empresarios y consumidores, frenó la marcha de la economía y echó por tierra la popularidad del Gobierno y su programa. Luego, las revelaciones sobre negociados y financiamiento irregular de actividades políticas desataron una ola de desconfianza. Si el país no recobra la fe en sus instituciones, sus líderes y su futuro económico, las consecuencias las pagaremos todos.
En el terreno político, la preocupación inmediata del nuevo equipo habrá de ser dar garantías que las investigaciones sobre las malas prácticas políticas -aunque involucren a sus partidarios- siguen adelante con rigurosidad e imparcialidad. Las dudas que han dejado las actuaciones del Servicio de Impuestos Internos -vacilantes y sesgadas- deberán ser despejadas con prontitud. Pero lo más determinante para el restablecimiento de la confianza será, en mi opinión, precisar y asegurar que el "proceso constituyente" anunciado por la Presidenta se encauzará por la vía institucional vigente y no dará lugar a un aluvión populista.
La mano del nuevo ministro de Hacienda se probará en la tramitación de la reforma laboral. El desafío será resistir las presiones interesadas de la CUT, encontrar en el Senado cómo moderar los aspectos más críticos del proyecto -que concede a los sindicatos el monopolio de las negociaciones colectivas y endurece mucho las huelgas- y avanzar con más convicción en la adaptabilidad negociada de jornadas y descansos. En seguida habrá de levantar las expectativas de crecimiento con una batería convincente de medidas que destraben las inversiones y estimulen la productividad.
Pero los obstáculos que enfrenta el nuevo equipo son formidables. La retórica de la retroexcavadora caló hondo y sus adherentes están activos. Es fácil confundir el bullicio de las protestas callejeras con las demandas de la mayoría. Es tentador creer que la economía puede volver a crecer tan solo insuflándole más gasto público o expansión monetaria, como si el alza de la inflación no fuese ya una amenaza real. No habrá receta fiscal que funcione si el país no vuelve a creer que sus autoridades son honestas y que su primera prioridad económica es crear más y mejores oportunidades de progreso para todos. Más allá de las diferencias políticas que nos separan, mi deseo es que el nuevo equipo tenga éxito.