Esta película comienza con un interrogatorio en off y un relato que se remonta a 1983. El primero es la diligencia que conduce un promotor de justicia de la Iglesia católica (Francisco Melo); el segundo es la extensa denuncia que realiza el médico Thomas Leyton (Benjamín Vicuña) acerca de lo que vivió en una de las comunidades parroquiales más reputadas de la ciudad, lugar de reunión de la clase alta y de la derecha social.
Esta decisión narrativa tiene una significación estructural: lo que siga será la versión de Leyton, no la historia completa de la parroquia de El Bosque, ni siquiera la de las otras víctimas conocidas. Es una decisión inteligente, porque libera al film de cualquier exigencia de objetividad o ecuanimidad y le permite abordar con una interpretación propia el mayor escándalo eclesiástico de los últimos años, que fue denunciado en televisión en el 2010 y que condujo a la sanción vaticana del sacerdote Fernando Karadima y a una posterior demanda civil en contra de la propia Iglesia de Santiago.
El punto de vista es el de Leyton (y por eso resultan disruptivas ciertas escenas donde él no está presente), los nombres son ficticios (excepto el de Karadima) y los sucesos están ordenados según una lógica dramática, no documental. Puede resultar difícil separar la realidad factual de su puesta en escena, pero la propia película propone esa distancia.
El relato se inicia cuando el joven de 17 años Thomas Leyton (Pedro Campos) llega a la parroquia en busca del sacerdote Karadima (Luis Gnecco), que cultiva a una comunidad de muchachos rastreando vocaciones sacerdotales. El cura se fascina con su nueva adquisición, lo designa como su secretario y, ante su primera confesión erótica, inicia con él una relación de dominio psicológico y sexual.
El asedio se prolonga por años, mientras el joven libra una batalla emocional con su madre (Aline Kuppenheim), una mujer separada y concentrada en sus propios amoríos. En el pasado de la familia hay una ruptura traumática y Leyton se siente solo y culposo. Karadima lo acoge, lo consuela y lo somete sexualmente. A pesar de la presión celosa del cura, Leyton (ahora Benjamín Vicuña) no se siente llamado al sacerdocio, estudia medicina y se casa y tiene hijos con Amparo (Ingrid Isensee). Y aun así, sigue ligado al párroco.
Este Karadima es una encarnación del mal. Carece de discurso evangélico y parece organizado con el solo fin de seducir y controlar a Leyton a partir de su vida traumatizada y su desorientación. La interrogante inevitable, que se convierte en el eje de la película, es: ¿por qué Leyton acepta someterse por tanto tiempo a la perversión del cura?
La cinta no ofrece respuestas. Y por eso, a pesar de sus apariencias, El bosque de Karadima es una obra cuyo motivo central no es el abuso religioso ni la complicidad de la Iglesia, sino el miedo, ese pavor paralizante, interior e inexplicable, que recorre sus mejores momentos. Si no siempre logra la misma altura, es porque probablemente ha sufrido la presión del caso público y ha cedido en parte a la tentación de la denuncia.
El bosque de KaradimaDirección: Matías Lira.
Con: Luis Gnecco, Benjamín Vicuña, Pedro Campos, Aline Kuppenheim, Francisco Melo, Ingrid Isensee, Gloria Münchmeyer.
98 minutos.