Para celebrar sus 50 años, la Academia Chilena de Bellas Artes ha programado en el Espacio Fundación Telefónica una extraordinaria exhibición de artistas visuales, miembros de la institución, que revela el rico acervo que aportan. En paralelo se han desarrollado conciertos de variada índole. El domingo pasado le correspondió participar al Cuarteto Surkos, con obras de Mozart, Haydn y los chilenos Fernando García y Santiago Vera Rivera.
Se ha dicho muchas veces que la vida musical no está completa sin la presencia de un cuarteto de cuerdas, máxima expresión de la música de cámara, género sin concesiones, exigente para compositores, intérpretes y público. Por ello, desde su fundación, hace seis años, la aparición del Cuarteto Surkos fue saludada con alegría. Su calidad y permanencia le han conferido un lugar expectante en nuestro medio.
Como muchos grupos, el Surkos ha experimentado cambios en sus integrantes. La agrupación actual incluye a los violinistas David Núñez y Marcelo Pérez, la viola de Pablo Salinas y el chelo de Francisca Reyes. Con esta nueva dotación, el grupo está en búsqueda de una estrategia de conjunto que, a juzgar por los actuales resultados, augura promisorios tiempos venideros.
Una vez sobrepuestos a la cruda acústica de la sala, que en nada ayudaba al empaste, fuimos sumergidos en la inaudita belleza del primer movimiento del Cuarteto K.V. 421 de Mozart, que es de esas obras que nos hacen pensar en un Mozart "prerromántico". Fue una feliz idea incluir al final del concierto el Cuarteto opus 20 Nº 5 de Haydn, pues los movimientos iniciales de ambas obras hacen perfecto pendant . No es casual que Mozart, diez años después, haya compuesto su serie de seis cuartetos, justamente dedicados a Haydn, entre los que está el K.V. 421. Empleando tonalidades menores (Haydn, Fa Menor; Mozart, Re Menor), en los dos cuartetos aflora la nostalgia y ese subconsciente dramático que tiñe las mejores obras del clasicismo.
En abierta oposición, las dos obras centrales, "Ventana al camino", de Fernando García, y "Glípticas", de Santiago Vera Rivera, fueron buenos ejemplos de la versatilidad del Surkos. En la primera, García nos propone un mundo expresionista plagado de fascinantes obsesiones, paroxismos, conversaciones "histéricas" y momentos elegíacos (chelo); Vera Rivera, desde el inicio de su composición, nos entrega una acertada búsqueda de sonoridades refinadas en un lenguaje de inmediata accesibilidad. Las obras demostraron, casi didácticamente, las diferentes poéticas de dos compositores chilenos contemporáneos, y ambos miembros de la Academia Chilena de Bellas Artes.