Si nos fijamos bien, cada momento parece único y a veces hasta eterno. Esta sensación, acentuada por la angustia y el estrés, en nada colabora con la paz y el bienestar personal.
Ayuda mucho tomarse el tiempo en serio. Si hoy la vida me parece negra, basta con pensar en mí misma hace dos días o dos meses y veré a otra persona, sintiendo otras cosas, preocupada de otros temas, vestida de otra manera, y probablemente sintiendo otras sensaciones. Damos a veces por descontado que somos el presente. Pero si somos serios y rigurosos, ¡somos tantos momentos tan distintos!
Parece una banalidad decir esto, pero es claro que quienes trabajan seriamente en mirarse en el tiempo tienen menos angustia y más ilusión de cambio. El pueblo tiene ese dicho maravilloso: "No hay mal que dure cien años". Solo que con la rapidez del tiempo hoy, podríamos decir que no hay mal que dure más de un día.
No es una indicación para evitar el dolor. No. Es para constatar cómo también cambia el dolor en el tiempo, a veces entre horas ya es distinto, ya apareció una nueva idea de cómo darse un gusto y pasar la pena o al revés, aparece una constatación de que este dolor es para largo y mejor nos preparamos. Pero sin conciencia de la variable tiempo no hay cómo ver los cambios ni cómo imaginarlos.
Cuando las imágenes de mí misma se repiten haciendo este ejercicio, es que puedo estar enferma, o tener un rasgo de personalidad que no es sano. En la depresión, por ejemplo, nos vemos siempre iguales y el tiempo se detiene y entonces el cambio parece imposible.
Eso es la perspectiva, la capacidad de mirar un fenómeno desde otro lugar. Sugiero ensayar el sentido del tiempo como lugar querido y buscado para mirarnos y, de a poco, aprender a tener perspectiva respecto de nosotros mismos y de los demás.
Lo que vale para mí, vale también para otros. Si los congelo en el tiempo, no podré aspirar a cambios en mi relación con ellos.
El tiempo, con todo lo misterioso que parece, puede ser el mejor aliado.