Cobresal está a 180 minutos de ser campeón. A los nortinos les bastará ganar dos de sus últimos tres encuentros para consagrarse campeones. Le resta enfrentar a O'Higgins, a Barnechea y a Unión Española para cerrar un campeonato que presenta una conjunción mágica: justo cuando la tragedia golpeó duro a Atacama, su principal equipo puede bajar la primera estrella.
No sería mala idea que los de El Salvador se propusieran coronar esta campaña con una meta más ambiciosa aún: representarlos a todos. Trascender los límites del campamento que le dio origen y pasar a ser la escuadra de toda la región, sin dependencia -como viene ocurriendo- de la continuidad de giro de la mina dependiente de Codelco para subsistir en la historia. Si dan la vuelta, ya habrá algo más para recordar que la presencia de Iván Zamorano, que aquella invicta Copa Libertadores, que ese equipo donde reinaban Salgado, Martínez y Pedetti.
Un triunfo de Cobresal en este campeonato de Clausura supondría además revisitar las razones de su presencia en el fútbol de honor. Hasta ahora su vida y su subsistencia se entienden en el contexto de los 80, cuando el fútbol aparecía como una razón poderosa para la empresa estatal más grande. No solo eran una alternativa real de esparcimiento para los mineros -gente de naturaleza itinerante y sufrida- sino de orgullo institucional. Los tiempos cambiaron, las labores se externalizaron y las dificultades del arraigo convirtieron a ese equipo en uno de los de más baja convocatoria en las gradas. Codelco limitó sus aportes y la subsistencia hoy la da el CDF.
Para decirlo en términos simples, en la era de las sociedades anónimas y el nuevo orden futbolístico, hoy sería impensable fundar un club con poca hinchada, en un campamento minero y dependiente del Estado. Por eso mismo, la modernidad exige que Cobresal busque en esta hora su destino, su nueva identidad. Será más fácil construirla desde el éxito, si suma los seis puntos que le faltan para depender de sí mismo.
La prueba de fuego se vivirá ahora. El sábado dos buses vinieron desde el norte para empujarlo frente a Ñublense en La Pintana. ¿Cuánta gente llevaría si se corona campeón en casa frente a Barnechea en dos semanas más? ¿Llenaría ese estadio que tiene tres veces más capacidad que la gente de la ciudad que lo cobija? ¿Irían todos los cobresalinos desperdigados por el país? Hoy, sin embargo, la pregunta es otra: ¿permitirá la tragedia jugar el partido en el Estadio El Cobre? El estadio de Copiapó, inaugurado hace poco, está bajo el agua y el lodo, literalmente. Una región sufriente y en emergencia, sacudiéndose del polvo de la desgracia, espera, por esas cosas del destino, a un campeón que podría surgir de la nada (porque no hay proceso, ni inversión, ni una generación brillante que lo avale). Que tal vez no hará historia por su fútbol, pero que puede hacerla por su gesta.