Esta película se mueve en la delgada frontera entre el documental y la ficción. Su protagonista es Paula Yermén Dinamarca, una notoria dirigente del Movilh, donde ha representado las demandas del movimiento transexual. En la película es solamente Yermén, operadora de una firma de tarot telefónico, habitante de la población La Victoria, que ve la posibilidad de participar en un reality televisivo con el que podría acceder al sueño de una cirugía de cambio de sexo.
Yermén vive sola, se mantiene con su trabajo precario, conversa con su amiga Lucha (María Josefina Martínez) y lleva una ambigua amistad con un joven, Fernando (Camilo Carmona). Algunas noches, ebria, sale con una cámara a recorrer las desoladas calles de su población. Las vecinas recelan de ella, se niegan a ser sus amigas. Las habladurías dicen que es una bruja, porque además del tarot mantiene un altar para Santa Sara e invoca a sus ancestros y a sus muertos siguiendo ritos mapuches ("sincretismo", explica). En sus visitas al casting para el reality, conoce a una colombiana que también quiere operarse, pero esta vez para parecerse a la modelo Naomi Campbell (Ingrid Mancilla). Cuando parece que Yermén ha encontrado a una amiga con sueños similares, Naomi desaparece.
Por sobre todo, Yermén es una persona sola. Su vida transcurre en una doble marginalidad, la de la condición sexual y la de la pobreza. La ilusión de convertirse en mujer está acompañada por la ilusión de una nueva vida, una "reinvención" en la que solo ella puede creer con tanta devoción. Sus desafíos al mundo y a los hombres -la metáfora central son los perros, a los que sigue con la cámara burlándose de sus fanfarronadas- comunican una tristeza inmensa, rebelde y sin salida. Yermén no es una "guerrera" ni una activista, sino un espíritu sensible, quebradizo, empujado a los límites de la soledad.
Los directores Nicolás Videla y Camila José Donoso, egresados universitarios, siguen a Yermén con una prudencia que a ratos parece obediencia. Su cámara toma distancia en las (escasas) escenas duras, evita mostrarla en sus peores momentos y se pone a sus espaldas por las calles de La Victoria, una posición que solo se invierte en el último plano, cuando Yermén siente que su situación ha cambiado en algo, aunque para el espectador esa transformación no sea perceptible ni justificada. En Naomi Campbell dominan la tristeza y acaso la ternura, no la dureza ni la crueldad, y hasta cabe preguntarse si esa dulcificación es posible frente a una vida tan áspera.
Videla y Donoso pusieron una cámara a disposición de Yermén, que filmó las escenas oscuras y granulosas de sus paseos nocturnos. Al incorporarlas en el metraje, los cineastas le ceden una parte de la construcción de la película, un gesto que en otro contexto olería a demagogia, pero que aquí adquiere una rara dimensión poética, casi como el autorretrato de una conciencia vacilante, herida, perdida. Son imágenes con una rara capacidad de perdurar.