Esta es una película dolorosa, no solo por lo que muestra, sino también por lo que no muestra. Trata de las últimas siete horas del Presidente Salvador Allende en La Moneda, en la mañana del 11 de septiembre de 1973. Después de los primeros siete minutos, cuando Allende (Daniel Muñoz) es informado de un levantamiento de la Armada en su casa de Tomás Moro, el grueso del metraje transcurre en el palacio de gobierno, con la cincuentena de defensores que llega a tratar de impedir el asalto militar.
El laberinto físico es justamente La Moneda, sus salones, sus pasillos, por los que el Presidente transita sin dirección, a medida que las malas noticias se acumulan y los guardias se distribuyen por el edificio. La dimensión material del laberinto adquiere su rasgo caótico desde la mitad exacta del metraje (45 minutos), cuando se inicia el bombardeo. Las imágenes del exterior son muy escasas: Littin convierte a la historia en un drama de interiores, cerrado, de cámara.
El otro laberinto, el principal, es el que va por dentro, el que confronta a Allende consigo mismo, lo que en un momento llama "la gran paradoja": intentar la revolución sin armas. Littin hace que el vocero de la posición revolucionaria sea el periodista Eduardo "Perro" Olivares (Horacio Videla), que lo insta a no negociar ni rendirse. Allende mantiene su posición institucionalista, pero los hechos lo contradicen y hasta parecen dividir su conciencia, lo que convierte a Olivares en una figura casi tan importante como la de Allende, compañero y némesis, admirador y crítico a un mismo tiempo. Cosa curiosa, el cineasta no pone en duda el suicidio de Olivares -hasta lo escenifica-, como sí lo vuelve a hacer con el del Presidente.
Littin se toma copiosas licencias históricas: releva a unos personajes y omite a otros, altera la secuencia de los hechos, injerta ideas fantasiosas (el dirigente-vocero de la Unidad Popular, guardias que se apostan en los techos, un mensaje que llega en moto, bomberos en medio del asalto, regueros de cadáveres y así por delante) y hasta explora en pasajes oníricos. Todo esto es usual y se realiza en función de la progresión dramática, a condición de que no se confunda en modo alguno con la historia real.
Solo que aquí, por debajo del texto, parece deslizarse un tercer laberinto, acaso más secreto, el del propio Littin: encerrado en este palacio humeante, Allende le resulta una figura más enigmática, contradictoria, a la que admira y no logra aprehender, que se le escapa, como ya lo sugerían de manera más oblicua Los náufragos e Isla 10. Allende en su laberinto es un testimonio abierto y doloroso de esa imposibilidad.
Allende en su Laberinto
Dirección: Miguel Littin.
Con: Daniel Muñoz, Aline Kuppenheim,
Horacio Videla, Juvel Vielma,
Gustavo Camacho, Carlos Cruz,
Roque Valero.
90 minutos.