La revista Estadio no le dedicó ni una línea a la tragedia del 30 de marzo de 1955 en el Estadio Nacional.
Murieron siete personas y centenares quedaron heridas en la jornada más cruel vivida por el fútbol chileno en un recinto deportivo, pero "El Mercurio" decidió no ponerlo en portada, privilegiando la información deportiva.
Como solía suceder, la decepción por la derrota, la pérdida del título que parecía estar al alcance, la paternidad de los argentinos y la caída de una generación dorada postergó el juicio contra una masacre que pudo ser evitada.
Era aquel del 55 un tremendo equipo, conducido por "Cuá Cuá" Hormazábal, y que tenía dos artilleros notables: Jorge Robledo y René Meléndez, además de un escurridizo "Colo Colo" Muñoz. Ese día, pese a los muertos, se decidió jugar igual, y la alegre máquina ofensiva chilena no fue lo mismo. Se perdió con un gol que -de acuerdo a los testimonios- se comió Misael Escuti. Nunca antes -y pocas veces después- Chile estuvo tan cerca de alzar una Copa.
Tras la investigación de un ministro de la Corte Suprema, se determinó que las culpas estaban repartidas: hubo desorganización en la venta de entradas, falsificación de boletos, mal manejo de la multitud, desprolijidad en la custodia policial (ese día debutó el carro lanzaguas) e imprevisión. Pero sobre todo hubo sobreventa, además de mucha gente que ingresó sin boletos.
La noticia duró muy poco en los titulares. El 8 de abril hubo una explosión en Schwager que mató a 8 mineros. El 14, la escritora Georgina Silva disparó contra su amante en el Hotel Crillón. Cuatro días después murió Einstein, el 19 se salió el mar en Tongoy y Peñuelas, y para Semana Santa, asesinaron a una millonaria.
La investigación y la atención pública se diluyeron y el asunto pasó al olvido.
El Consejo de Presidentes de la ACF decidió que no correspondía pagar indemnización a las víctimas y culpó al Estado de la tragedia. Un año después, ese mismo equipo volvió a ser segundo en un Sudamericano.
Si algo quedó en claro es que las expectativas desbordadas, que la pasión sin control pueden desatar el caos y, a veces, el drama.
Sesenta años después, en la antesala de otra Copa América, tratamos de manejar la presión. Ya quedó claro que Jorge Sampaoli quiere preparar al equipo en Europa para alejarlos del triunfalismo, pero Bravo agregó un detalle: "para que no se repitan hechos que anteriormente nos perjudicaron".
A don Jorge le encanta el Viejo Mundo, está claro, pero no conozco equipo que haya jugado como local que no debiera enfrentar la presión. Enfrentar, no eludir, se entiende.
En lo futbolístico, tras las derrotas ante Irán y Brasil, las cosas están claras. El equipo tiene una mecánica que le permite pararse frente a cualquiera, pero le faltan contundencia y variantes ofensivas para no depender tanto de Alexis. No tiene talento desequilibrante en el mediocampo y atrás, pese a la falta de estatura, podemos sobrevivir si no flaquean los del medio.
¿Alcanza para ser favoritos en junio? La lógica indica que no; pero las ansias colectivas, la publicidad, la sed de victorias y el afán de matar la maldición nos han hecho ilusionarnos más allá de lo razonable muchas veces.
Nada de vida o muerte, si se lo mira con calma.