A unos 1.200 metros de altura, en el valle del Huasco, el agua parece hacer maravillas. Un delgado hilo de río genera un intenso verdor a ambos costados de su cauce, permitiendo que existan pequeños pueblos como El Tránsito, donde Armidita hace vinos dulces y piscos, principalmente con la cepa moscatel.
Mucho menos conocido y poblado que los valles más sureños de Limarí y Elqui, Copiapó tiene apenas unas seiscientas hectáreas de viñas para elaborar pisco y vinos, contra las cerca de once mil de sus vecinos. El paisaje también parece mucho más duro; el desierto avanzando con sus arenas, dejando de tanto en tanto pequeños manchones de vegetación como en El Tránsito.
Bajo el empuje de las hermanas Sandra y Cecilia Ramírez, Armidita comenzó a hacer pajaretes en Huasco en 2010. El pajarete es un vino dulce natural (sin adición de alcohol, como en el Oporto, por ejemplo) que se hace de uvas moscatel y también de país. El intenso sol de la zona reseca parcialmente las uvas, concentrando el dulzor. Armidita es de los pocos que se ha interesado por revitalizar este antiguo estilo de vinos del norte de Chile y los resultados son deliciosos, frescos, para nada empalagosos.
Pero también con las uvas que les quedan de moscatel hacen pisco, un pisco sin nada de crianza en madera, finamente destilado, de un color blanco transparente. Este año lo hacen por primera vez y es uno de los mejores piscos que he probado en Chile. Por alrededor de $20.000 obtienen una pureza pocas veces conseguida en piscos nacionales.
Su vecino, en el pueblo de San Félix y a orillas del "río de los españoles" -un afluente del Huasco- es Bou Barroeta, una bodega que produce quizás los más icónicos piscos chilenos. De su amplio catálogo, dominado por piscos envejecidos en madera, acabo de descubrir "Maria's", un destilado puro, sin nada más que la uva creciendo bajo el sol. Los 40 grados de alcohol apenas se sienten, pero igual sírvanlo bien helado, solo, como bajativo.
Aunque la tradición vitivinícola del Huasco está ligada a piscos y pajaretes, el vino seco también poco a poco va ganando un lugar. En el año 2007, la viña Ventisquero plantó las primeras parras en la zona de Longomilla, a unos veintidós kilómetros del mar, entre Vallenar y Huasco. En esta zona, el valle se ensancha, permitiendo que los vientos fluyan con mayor libertad desde la cordillera al mar y viceversa. Los suelos son de piedras, arcillas, arenas y cal, y todo eso se siente en los vinos. Kalfu Sumpai Sauvignon Blanc 2014 es un buen ejemplo, un blanco lleno de sabores refrescantes, acidez eléctrica y sabrosos sabores a ají verde que vendrían muy bien con un sándwich chacarero, imagino.
Pero la estrella de los nuevos vinos de Huasco es la línea Tara, tres vinos hechos en Longomilla y también en un viñedo algo más al oeste, a unos dieciséis kilómetros del mar, en la Hacienda Nicolasa. Allí, el suelo es salino y blanco, las parras apenas logran producir pequeños y escasos racimos de uvas, pero el resultado es sorprendente en concentración y en sabor. Tomen, por ejemplo, la nueva versión Tara White 1 de la cosecha 2013, hecha con chardonnay, una buena parte de Nicolasa. Imaginen una flecha de sabores que pasa por el paladar, sabores chispeantes, un cuerpo que aguanta cualquier cerdo al horno y un final brillante en acidez. Este es un tremendo ejemplo de potencial, y el mejor vino de Tara hasta ahora.
Piscos, pajaretes y vinos secos, en el valle del Huasco, en pleno desierto de Atacama, son un verdadero tesoro de la vitinicultura chilena, vinos de montaña y de mar en una de las zonas más remotas del territorio de Chile.