El verdadero fracaso de Hugo Tocalli no tiene relación exclusiva con los lamentables resultados de las selecciones menores en los sudamericanos de la categoría ni con la falta de identidad futbolística de sus equipos. Tampoco -desgraciadamente- con la desvalorización de un grupo de jugadores en el mercado interno e internacional. El gran y verdadero pecado de Tocalli es haber desaprovechado una oportunidad histórica para provocar una revolución en el fútbol chileno.
El campeón del mundo con Argentina el año 2007 fue el DT con más poderes en el proceso formativo de las últimas décadas, y en él quedó depositada la vieja aspiración de los entrenadores chilenos por muchos años: la Unidad Técnica Nacional o como quiera llamársele. Un puesto que fuera capaz de organizar todo el trabajo juvenil y centralizar la toma de decisiones, marginando a los dirigentes en una cuestión que es, para los puristas e ideólogos de los procesos, materia exclusiva de "especialistas".
En otras palabras, Tocalli fue investido -en virtud de su innegable currículum y trayectoria- en un puesto que Salah, Pellegrini, Prieto, Véliz, Carvallo, Sulantay y tantos otros siempre quisieron o reclamaron. Un eslabón en el organigrama que no dispusieron ni Nelson Acosta ni Marcelo Bielsa, que miraron desde lejos las selecciones menores y que tuvieron posiciones casi antagónicas con quienes estaban a cargo de ese frente. Hubo un momento, no hace mucho, en que ni siquiera podían entrenar en Juan Pinto Durán cuando las canchas estaban desocupadas.
El principal pecado de Tocalli -pese a toda la experiencia acumulada con Néstor Peckerman en el período dorado de los argentinos, que se prolongó por más de una década- fue imponer una línea personalista en su gestión. Trajo a Claudio Vivas (ayudante histórico de Bielsa desde sus orígenes) y a Claudio Grelak (demasiado inmaduro para conducir un proceso mundialista con altas expectativas) para escudarse en un discurso formativo a largo plazo que a estas alturas pareciera valer solo para nuestro país. Los resultados fueron pésimos. Y, lo que es peor, presenció sin reaccionar cómo los mismos dirigentes que lo trajeron desmantelaron los torneos de la categoría, priorizando los costos por sobre la conveniencia deportiva.
Con el trabajo interno de los juveniles deteriorándose de manera evidente, el discurso del trabajo a futuro que esgrimió tras cada humillante derrota perdió toda validez. Y el estilo inocuo e intrascendente que se le imprimió a la Sub 20 y a la Sub 17 va mucho más allá de la falta de intérpretes adecuados. El contraste fue muy evidente con la selección mayor de los últimos dos mundiales.
Lo más probable es que en las próximas horas se vayan todos. Y que el cargo de Tocalli quede vacante por mucho tiempo. Que los dirigentes, amparados en el desastre ajeno, vuelvan a tomar para sí la decisión de nombrar a los técnicos, sin la " expertise de los especialistas". Total, la última vez que lo hicieron (reemplazando a Carvallo por Mario Salas a semanas de la clasificatoria) la movida les resultó genial.
La paradoja es clara: el hombre más calificado para hacer historia terminó desandando un camino que había costado tanto forjar. El mismo lamento largo y profundo de siempre, aunque esta vez tenga tono argentino.