La mayoría de los cineastas estadounidenses de cierta envergadura han intentado, a partir de cierto punto de sus carreras, interpretar la historia de su nación con arreglo a sus propias obsesiones. Este rasgo singular les ha permitido producir algunos de los grandes momentos épicos del cine, y también algunas de las visiones más críticas y corrosivas del "sueño americano".
En esta última línea se ubica Paul Thomas Anderson, cineasta hiperconsciente, dotado de una especial capacidad para crear imágenes perturbadoras, que la hizo explícita en Petróleo sangriento, aunque sus primeras huellas se encuentran también en sus películas anteriores y son aún más visibles en Vicio propio, basada en una novela del celebrado Thomas Pynchon.
Esta es una intriga de apariencia policial, cuyo carácter laberíntico ya constituye una idea acerca de la sociedad de comienzos de los 70, dominada por el movimiento hippie, Richard Nixon, la discriminación racial, las drogas duras, Vietnam, los neonazis y la anomia política. En esa olla hirviente se interna el detective privado Larry "Doc" Sportello (Joaquin Phoenix), con un pretexto más bien personal: la desaparición de su novia, Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston).
La metáfora central es la especulación con el suelo, en una Los Angeles que crece sobre el despojo de minorías débiles, como en la ya legendaria Barrio Chino. El gran jefazo es el empresario Mickey Wolfmann (Eric Roberts), pero a su alrededor hay una densa red tejida entre el FBI, la mafia del Colmillo Dorado, los neonazis y la policía local: las fronteras entre la ley y el delito, lo lícito y lo ilícito están perforadas por todos los flancos.
"Doc" Sportello, detective incorrecto, ex hippie, heredero drogadicto de Philip Marlowe y J. J. Gittes, se pierde a menudo en estos vericuetos, tal como le ocurre a su némesis, el teniente "Big Foot" Bjornsen (Josh Brolin), que se precia de ser el peor enemigo de los hippies y el más consumado violador de los derechos civiles. Ambos son ángeles caídos, pero el infierno está allá afuera, en las calles de las pandillas y en los salones del poder.
Anderson elige una estrategia narrativa que mezcla en forma deliberada la distancia objetiva con la percepción alterada de "Doc", lo que en otra época se llamaba psicodelia. Sus transiciones privilegiadas son los fundidos encadenados, una forma que evoca tanto el sueño como la alucinación. De ese modo construye un mundo quebradizo, donde las instituciones han perdido solidez junto con las identidades personales; es la América en crisis, donde los sueños fundacionales se han licuado en la codicia.
Vicio propio -que, de manera significativa y brutal, los españoles tradujeron como Puro vicio- es una cinta ambiciosa, gigantista, esperpéntica, un testimonio político de un cineasta que parece avanzar hacia el nihilismo y la sombra.
Inherent vice.
Dirección: Paul Thomas Anderson.
Con: Joaquin Phoenix, Josh Brolin,
Katherine Waterston, Owen Wilson,
Reese Witherspoon, Benicio del Toro.
148 minutos.