Si Martín Lasarte o Carlos Heller han llegado a la convicción de que el daño causado por la pésima campaña de Universidad de Chile es de tal envergadura que ni el técnico ni el presidente son capaces de reparar en conjunto, no hay vuelta atrás. No cabe otra salida que la partida del entrenador. No importa, para efectos de inventario ni para idealistas, que se trate del mismo personaje que hace hace apenas 89 días sacó campeón al equipo.
El presente de Universidad de Chile domina cualquier consideración de un pasado cercano. Los magros desempeños individuales, las incómodas filtraciones de información, la feble condición de salud del guía del grupo, el cambiante clima interno y la creciente disconformidad externa han generado un cuadro tóxico que se visibiliza en el rendimiento del equipo a lo largo y ancho de la cancha. Y la figura del técnico como víctima principal de la atonía azul, aunque Lasarte no quiera asumir ni pretenda ese rol, es el símbolo más representativo.
La debilitada espalda con que Lasarte ha debido afrontar este año es un símil, doloroso en toda su extensión, del rumbo que ha seguido la U. Sin el espacio necesario para una rehabilitación eficaz, presionada para responder a una carga intensa de competencia y carente de resultados consistentes como para confiar que el trabajo desarrollado va a descartar una recaída.
Detrás de este complejo escenario, todo resulta más difícil de entender, porque el martirio universitario recae en Lasarte, un técnico que despierta una generalizada simpatía, como pocos, porque se expresa muy por sobre el promedio, conceptualiza mucho más que la mayoría de sus colegas, debate con perspectiva, transmite cortesía y buena educación, admite la superioridad rival, una verdadera excepción en el medio chileno, solo en algunas ocasiones pierde los estribos, y en sus declaraciones siempre da la saludable impresión de tener absoluta claridad de que en el fútbol mandan los resultados por sobre otros atributos que en una gerenciamiento moderno sí cuentan.
Pero lejos de consideraciones más humanas que deportivas, a esta altura la continuidad del uruguayo no responde solo a una mínima expresión de deseo de algún sector directivo sino que también a una cruda autoevaluación del propio afectado, quien -hay que recordar- evitó negociar la renovación de su contrato antes de que sobreviniera la estrepitosa caída. Proyectada la coyuntura, para Universidad de Chile no se trata de una cuestión ética esperar a que llegue el cierre del torneo para definir si Lasarte puede o quiere seguir: hacerlo en un corto plazo es una determinación práctica y hasta razonable.