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Editorial
Jueves 05 de marzo de 2015
Recuperar valores
Reavivar las fuerzas que están en las raíces. Alimentar el alma de Chile con las virtudes republicanas que siempre han estado ahí: el trabajo fuerte y oculto, la templanza en la vida social y personal, la generosidad de cada uno con los más pobres, el ideario del país común por sobre las ganancias políticas del momento.
Los hechos conocidos en relación con el enriquecimiento de personas directamente ligadas al poder político, y de otros que han financiado la política por medios que se consideran ilícitos, exigen desentrañar sus raíces más profundas, más allá de las decisiones de los órganos competentes propios de un Estado de Derecho.
Se ha apuntado a la codicia como la fuerza que mueve esos apetitos de fortuna rápida, o de ilicitudes a costa del patrimonio público y de la violación de las leyes de financiamiento electoral, pero ello no constituye una explicación completa. La realidad que subyace en estos casos y en otros tantos que quedan en la polvareda de la compleja vida moderna es una falta extendida de virtud, en su acepción clásica. Desgraciadamente, parece haber venido de la mano con el rápido desarrollo económico de las últimas décadas, y el inevitable cambio en las formas de vida, el acceso a los bienes, la capacidad de disfrute que se ha dado en los ámbitos adinerados, medios y sencillos, que cuentan hoy con bienes y servicios hace pocas décadas impensables. Ese beneficio debe ser alabado.
Pero ni derechas, izquierdas ni centros han sido capaces de comprender que ese rápido avance debía ir aparejado con un ejercicio exigente de la virtud, y tanto más en los segmentos dirigentes. No ha sido así, y la antigua sencillez, templanza y sobriedad de nuestra vida política y empresarial se ha transformado muchas veces en derroches, gastos bochornosos y situaciones que irritan al ciudadano común.
Nuestros políticos de otrora, de los diversos partidos, eran en su gran mayoría servidores de la patria -palabra hoy fuera de uso-, sin esperar de sus cargos sueldos, prebendas ni beneficios, ni aprovecharse de ellos o de sus vínculos. Eran hombres y mujeres que actuaban por Chile, por el engrandecimiento de la casa común y el servicio a los más necesitados. Podían tener ideas encontradas, pero un hilo común los guiaba. Ellos pusieron los fundamentos que hoy se están socavando, y su ejemplo clama por que quienes hoy dirigen nuestros destinos retomen el alma de nuestra historia.
Un país que comienza a acostumbrarse a los escándalos está en regresión moral. En muchas áreas, esa decadencia ética se hace cada día más notoria. Las mismas instituciones espirituales, columnas de la estabilidad, tambalean. El bien común y el servicio a los más necesitados ya no son parte del horizonte hacia el que se marcha. La confianza desmesurada en las leyes y en una aparente justicia que nacería de ellas va quitando espacios a la solidaridad, la convivencia fraternal, la capacidad de diálogo y amistad cívica. Entre nuestros vecinos tenemos ejemplos del final de este derrotero.
¿Qué hacer? Reavivar las fuerzas que están en las raíces. Alimentar el alma de Chile con las virtudes republicanas que siempre han estado ahí: el trabajo fuerte y oculto, la templanza en la vida social y personal, la generosidad de cada uno con los más pobres, el ideario del país común por sobre las ganancias políticas del momento. Dejar renacer las virtudes sociales y espirituales que anidan en toda persona. Abandonar la ideología como un deber ser indiferente a la realidad. Cuando un país apaga la trascendencia y vive para la sola conveniencia del hoy, el sentido mayor de una patria común comienza a esfumarse. No permitirlo es tarea de todos, pero especialmente de los gobernantes.