La cara de Uma Thurman. Ese fue uno de los principales temas de discusión del periodismo de espectáculos en el último mes. Y fue, en consecuencia, la comidilla de las redes sociales: a juzgar por una foto que estaba en circulación, Uma Thurman había aparecido en público mostrando un rostro liso y lívido, una suerte de pieza laqueada y tallada por los bisturíes en algún quirófano de Hollywood. El escándalo fue tal que, días después, Uma Thurman fue a la televisión para desmentir los retoques, mostrar su rubia belleza madura, atribuir la confusión al maquillaje y a un retrato con exceso de Photoshop. Pero para ese entonces, la máscara ya estaba en el suelo. No la de Uma Thurman sino la del público -todos nosotros- que escudado en el argumento de la "vejez digna" había convalidado el mismo circo romano de siempre. Los espectadores que durante años le habían exigido belleza a la bellísima Uma Thurman, ahora le pedían -encima- dignidad, so riesgo de bajarle el pulgar si la dignidad no aparecía en los términos esperados.
No es la primera vez que pasa. Sucedió con Meg Ryan, con Renée Zellweger y con todas las demás actrices que mi generación vio florecer y madurar, y que ahora se enfrentan al paso del tiempo.Podemos pensar: ellas sabían cómo era el juego. Podemos pensar: qué importa si no las llaman por viejas, tienen millones para que sus hijos y nietos puedan vivir sin saber qué significa la palabra "salario". Pero antes de pensar lo que pensamos todos, sería bueno hacer el ejercicio de John Malkovich.
Si, a la manera de la película "¿Quieres ser John Malkovich?", una cámara subjetiva tomara la vida de una actriz de Hollywood de 40 y pico de años, veríamos el ocaso lento de una estrella y conoceríamos la plena capacidad de persuasión y daño que anida en el mundo de la imagen. Ahí está el diseñador de moda, evitando darte su mejor vestido para llevar en la ceremonia de los Oscar. Ahí está el rey de las relaciones públicas, enviándote una invitación para la segunda -y ya no la primera- fila de un evento, y obligándote a pensar por qué ese cambio: qué parte tuya se depreció en este tiempo y debiera ser -como los edificios- puesta en valor. Ahí está el productor diciendo "vas a ser la madre de un adolescente que..." cuando antes te decía "sos dios". Ahí está, en definitiva, la retirada que viviremos cada uno de nosotros. El desquiciante ocaso al que asistiremos con una lucidez filosa, pues el cuerpo ahora envejece mucho antes que el cerebro.
Ya lo dijo el médico y escritor argentino Roberto Coler en su libro "Eterna Juventud": con la prolongación de la esperanza de vida, los cuerpos se transformaron en envases que van menguando frente a los ojos despiertos y aterrorizados de quien los habita.
Pedimos a Uma Thurman que envejezca "con sabiduría": algo que no sabemos si podremos hacer nosotros. Criticar a Uma Thurman por su aspecto es, vaya paradoja, convalidar el esquema de valores que después rechazamos con la Biblia de la dignidad en alto. Mejor, en vez de hablar, es dejar a Uma con su cara a cuestas (la que sea que elija). Total tener un cuerpo -y a la vista de todos- es suficiente cruz.