Señor Director:

Las escenas que hemos visto de la destrucción vandálica del patrimonio cultural iraquí conmueven, escandalizan e indignan. Cómo es posible que seres humanos -se supone- lleguen a tal nivel de barbarie y primitivismo como para destruir testimonios de una civilización antiquísima y valiosa que no solo aportan información histórica al pueblo iraquí, sino, lo más importante, que constituyen los signos de las raíces identitarias de una sociedad.

Demoler a golpes de combo o rotomartillo una estatua de más de 2.500 años -y un museo y una biblioteca, por añadidura- es tan cruel y bárbaro como degollar a un rehén o quemarlo vivo, y lejos de generar temor, que es lo que pretenden esos abominables seres, debiera llamar a la unión y a la reacción internacional activa para oponerse y castigar, con toda la fuerza que sea necesaria, tan repugnante acción.

Si recordamos, la historia está llena de estos hechos, cuando el que pretende la dominación acomete contra el patrimonio cultural del dominado para minar su orgullo y su moral. Pero, se supone, hemos evolucionado. El problema es que hoy por hoy nos estamos insensibilizando ante estos actos inhumanos.

La quema o el saqueo de un templo, la vandalización de monumentos públicos, el embadurnamiento con pseudo-grafitis en fachadas de edificios y áreas de interés histórico y patrimonial que vemos a diario en nuestro territorio, aunque sea a pequeña escala, no significa nada muy distinto a lo que hemos visto en Irak. La menor escala del daño no exculpa a sus hechores.

Las autoridades y la sociedad en su conjunto debiéramos asumir un papel más proactivo para denunciar e impedir que seres desalmados e infrahumanos ataquen nuestro patrimonio cultural. Aquí y en el territorio iraquí.

Antonino Pirozzi V.
Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio-Chile