El mejor regalo antes de su discurso en el Congreso recibió Cristina Fernández de parte del juez federal Daniel Rafecas: desestimar la denuncia del fallecido fiscal Alberto Nisman, quien acusó a la Presidenta argentina y a algunos colaboradores de intentar encubrir a funcionarios iraníes vinculados con el ataque a la mutual judía, en 1994. Una excelente noticia para ella y una decepción para quienes vieron en esa eventual investigación un golpe letal a la figura política de Cristina y al legado del kirchnerismo en año electoral. Más aún cuando las reacciones de la Mandataria tras la muerte del fiscal, en Facebook y Twitter , fueron tan destempladas, inoportunas y poco adecuadas para una Jefa de Estado.
¿Fue un fallo ajustado a derecho o tenía componentes políticos? El largo escrito de Rafecas, desmenuza las pruebas de Nisman y las rechaza todas. No acepta ninguna, y desecha las grabaciones por irrelevantes o contradictorias. Puede estar en lo cierto, pero la opinión pública argentina (y la internacional, también) se queda con un gusto amargo. ¿Cómo será posible que un fiscal acucioso presentara una denuncia sin fundamento, sin aportar pruebas decisivas, o al menos que permitieran abrir una investigación más concluyente?
Y más allá del caso puntual, ¿se podrá saber alguna vez qué realmente pasó en 1994, y en los años posteriores en que las investigaciones se han sucedido, involucrando cada vez a más actores no solo extranjeros, sino locales? ¿Qué papel jugaron los servicios de inteligencia argentinos en el caso? Y la pregunta más apremiante: ¿Qué provocó la muerte de Nisman? Ninguna de las interrogantes tiene respuesta fácil; si fuera así, otro estado de ánimo prevalecería en Argentina. Hoy existe incertidumbre y una sensación de impunidad.
Seguramente nada del caso AMIA sea responsabilidad de la Presidenta, pero de lo que sí ella debe dar cuenta es del ambiente de confrontación política y social que ha enrarecido la convivencia. No solo es el tema económico -acuciante para muchos que ven caer sus expectativas y niveles de vida a límites insospechados-, ni judicial, o el de la inseguridad ciudadana, sino un clima que, en palabras del analista Carlos Pagni, viene de una división del mundo, desde el gobierno, entre "ellos" y "nosotros", un lenguaje que busca desacreditar al oponente e imponerse a toda costa.
En el ocaso de su mandato, no puede esperarse un giro político radical, ni menos un cambio en el estilo de Cristina (así se vio en el discurso de ayer). Me inclino a pensar que seguirá su combate, viendo enemigos en todos los frentes, en especial en el judicial -donde hay abiertas causas por lavado de dinero contra ella y su hijo, Máximo-, pero también en el electoral. Con una oposición fortalecida y sin un candidato ganador, la Presidenta enfrenta meses de grandes desafíos si quiere salvar el kirchnerismo.