Un pulcro y bruñido blanco y negro. Decorados desnudos hasta el ascetismo. Paisajes solitarios, invernales, ateridos. Música esquiva, silencio abundante. Encuadres descentrados, una plástica de la ausencia. Elipsis, fuera de campo, cámara fija.
Son los materiales con que el director Pawel Pawlikowski, uno de los más interesantes del actual cine polaco, construye Ida, una película sintética en la que a cada minuto parece que los materiales lo hubiesen elegido a él y no al revés.
La historia también es sencilla, inaparente, carente de toda estridencia. Transcurre a comienzos de los 60, cerca de la ciudad de Lodz. La novicia Anna (Agata Trzebuchowska), huérfana y criada en un convento, está a punto de tomar sus votos religiosos cuando la madre superiora le recomienda que antes de ello visite a su única pariente viva, que ha anunciado que no asistirá a la ceremonia de ordenación de las nuevas monjas.
La pariente resulta ser la tía Wanda (Agata Kulesza), una jueza dura, escéptica y agnóstica, propensa al alcohol y a los amoríos de ocasión, que recibe a Anna en su departamento y le revela tres cosas: que es judía, que sus padres fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial y que no se llama Anna, sino Ida.
En el pasado, Wanda condenó a nazis, ordenó la ejecución de unos cuantos "enemigos del pueblo" y estuvo al servicio de la justicia del Partido (Comunista). Pero nunca se dedicó a investigar la muerte de la familia de Ida. Y ahora le propone hacerlo juntas, buscando a los campesinos que ocupan la vieja casa familiar desde donde desaparecieron los padres y un hijo menor.
Es una jornada de descubrimiento. No solo de un crimen cometido 20 años antes, sino sobre todo de sí mismas, de su papel en el mundo y de la vileza que ha circundado sus vidas. Ida tendrá que asomarse a la materialidad del mal y la desencantada Wanda, a sus propias dudas y culpas, a veces sin entender que su sobrina desee los hábitos, a veces con la tentación de admirar esa inocencia.
Pawlikowski plantea su historia como una doble encrucijada, laica y cristiana. Por sus imágenes ascéticas y lacónicas pasa la tradición de los grandes exploradores fílmicos del sentimiento religioso -Dreyer, Rossellini, Bresson, Kawalerowicz, Tarkovski-, además de ese catolicismo polaco siempre torturado por un soplo antisemita. En el centro de ese laberinto está la guerra, casi como una abstracción, un lugar del pasado en el que fueron liberados los demonios más feroces de la condición humana. Las vidas que vivieron esos años no volvieron nunca a ser las mismas.
Ida es un filme sobre la posibilidad de la fe -no de la santidad- en un mundo que casi no la permite. Y es, en eso, una película valiente, inusual y perturbadora.
Ida
Dirección:
Pawel Pawlikowski.
Con: Agata Trzebuchowska, Agata Kulesza, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela, Adam Szyszkowski.
82 minutos.