Hace un año y por estos meses, los chilenos estábamos preocupados, porque faltaban pocos meses para el Mundial de Brasil y algunos de los estadios no iban a llegar a la cita.
Cundían los reportajes en televisión, abundaban los artículos y entre los reporteros y columnistas existía una sincera y franca alarma.
Era evidente el retraso y en las imágenes se veían estructuras de cemento sin techumbre ni butacas y en algún caso, en vez de tribunas, apenas un par de pilares huachos.
La obra gruesa a medias. Y hay que imaginar lo que puede ser la fina, que es lenta y demorosa. Cableados, cañerías, tubos, electricidad. Adornos, detalles y las benditas terminaciones.
Es cosa de analizar los hechos, veamos los antecedentes y el historial.
En el mes de septiembre dijeron que uno de los estadios iba a estar listo en diciembre. No fue así.
En ese mismo septiembre, aseguraron que otro estadio estaría oleado y sacramentado a fines de febrero, es decir, a cuatro meses de la justa internacional. Ya en enero se supo que eso era imposible.
Y por eso están contra el tiempo, trabajando con tirabuzón y se modificaron los cronogramas y el plan de obras, para someterlos a vigilancia estrecha y monitoreo permanente. De otra manera, se arrancan con tarros, sacos y fierro; se meten los plazos en bendita sea la parte y por eso tarjaron lo de 300 días y ahora dice 400 o 500 o 600 y vamos sumando.
Estas son las etapas de la poca seriedad brasileña.
Licitaciones, quiebra de empresas, irregularidades, retrasos, reprogramemos y nuevas licitaciones.
Demoras administrativas, descoordinaciones, fin anticipado de contratos, incumplimientos, reprogramemos y relicitaciones.
A casi cuatro meses del Mundial, un estadio iba por la mitad, otro apenas y el tercero estaba en la juguera.
Por eso los obreros a mata caballo y los capataces implacables, empleados bajo el látigo, gerentes neuróticos y ejecutivos insomnes.
Y las autoridades como siempre: con casco, sonrisa y como locas.
Todo contrarreloj y si alcanzan a cumplir, llegan con la lengua mordida y afuera y apenas.
La desprolijidad para el Mundial de Brasil venía a demostrar que en América Latina las cosas no se hacen como en Europa y, digamos las cosas como son y sin falsa modestia, como en Chile.
Y que nos perdonen los hermanos brasileños, porque Chile es un país responsable y cumplidor y por eso el ceño adusto, la posición distante y la actitud severa.
Somos un país serio.
No como ustedes, tan buenos para la samba, el desorden, el chiste y la pachanga.
Hace un año queríamos que cumplieran con los plazos, llegaran con los estadios y que el Mundial les resultara.
Lo mismo queremos ahora.
Somos serios y, además, buena gente.