Se levanta temprano. Desayuna, se baña, se viste y sale. El aire fresco de la mañana tiene el aroma del follaje de los frondosos árboles y jardines que adornan el barrio. No ocupa el automóvil, reservado para salidas nocturnas o paseos fuera de la ciudad. No le hace falta; cada día camina a la esquina a esperar el bus, que pasa puntualmente a la hora señalada en el paradero. Mientras espera, se entretiene mirando portadas de periódicos en el quiosco vecino, contiguo a un viejo y sencillo café, como tantos otros, con mesas en la vereda donde se desperezan al sol los jubilados de la cuadra. Sirven café de grano y hallullas de verdad.
El viaje en bus le toma media hora; hay tráfico, pero ordenado y paciente. El paisaje es agradable. Las avenidas son arboladas y bien mantenidas. El amor por los árboles de la ciudad ha sido uno de los mayores triunfos cívicos, piensa, después de haber logrado enterrar el denso cableado aéreo que martirizó la ciudad por 30 años. No solo los árboles embellecen las calles; también sus edificios, y sobre todo los más antiguos, muchos verdaderos tesoros arquitectónicos, hoy perfectamente restaurados y reconvertidos en vivienda y oficinas. Es que hastiada de pérdidas inexcusables, un histórico día la ciudadanía se alzó en contra de las normas, los reglamentos y sobre todo los discursos, que por décadas justificaron demolerlo todo para reemplazarlo por nada que valiera la pena, y surgieron entonces las elementales fórmulas que estimulan la conservación del paisaje construido que constituye historia. Recuerda cómo la ciudad dejó de ser transgredida predio a predio, sin proyecto, como había sido la usanza, y comenzó a ser pensada y tratada como un gran lugar colectivo. Se construye, y mucho; se densifica y se integra, pero en absoluta armonía con las preexistencias. Sonríe.
El viaje en bus termina en el centro de la ciudad, cerca de la antigua estación de ferrocarril que hoy sirve de Centro Cultural. Desciende y camina entre la multitud. Un poco más allá está la flamante estación del tren, alarde de vanguardia; ahí compra un pasaje al puerto, un viaje que durará otra hora en un bólido cómodo y silencioso. Ah, el puerto. Esa es su cita. Lugar mágico, único en el mundo, piensa. Orgullo de la patria, por décadas abandonado a su pobreza y amenazado por la codicia; hoy felizmente rescatado -justo a tiempo-, para recobrar su alma de ciudad marinera de ancestral belleza e increíble paisaje, perfectamente conservada, con su gran costanera, vibrante comercio en las calles, universidades; toda próspera, atractiva, intacta y moderna a la vez... Pero ese ya es otro sueño.