Señor Director:
Se equivoca
Joaquín García-Huidobro cuando niega que el brutal ataque a Charlie Hebdo sea un atentado contra la libertad de expresión. Según el columnista, el trabajo de los redactores masacrados consistía en "mofarse del Islam" y "ofender gratuitamente a los musulmanes", derecho no cubierto -argumenta- por esa libertad.
Se equivoca, porque Charlie Hebdo no se dedica a ofender a los creyentes, sino a hacer sátira sobre el poder, sea este político, económico, cultural o religioso. Por eso sus caricaturas tocan a Le Pen y Hollande, a Franco y Pinochet, a Juana de Arco y Mahoma. Todos ellos ejercen el poder o son utilizados como fuentes de él, y por eso son objeto preferente de la sátira, parte consustancial de la libertad de expresión.
Una república genuinamente liberal y laica no acepta espacios de poder vedados al libre ejercicio de la crítica, de la cual el humor es inseparable. Ni dictadores ni líderes religiosos fundamentalistas suelen tener sentido del humor. Es que entienden que su poder se basa en la sacralidad, en su inmunidad ante el sarcasmo. Por eso las teocracias de cualquier credo se blindan con leyes de blasfemia. Y por eso el tirano de Corea del Norte reaccionó con histeria ante una película que se ríe de él.
Aceptar que la libertad de expresión no ampara la burla -la ofensa, incluso- contra el poder, por no ser (cito a García-Huidobro) una "idea", sería vaciarla de gran parte de su contenido. Ni la sátira corrosiva de Mark Twain ni el "Gran Dictador" de Chaplin estarían protegidas por ella.
Especialmente errado es decir que la muerte de los redactores de Charlie Hebdo fue "por motivos ridículos", "como la del turista que se acerca en exceso a un cocodrilo". "Ellos ya habían recibido amenazas, y conocían lo que había ocurrido en casos semejantes", dice García-Huidobro.
He ahí el germen de la cobarde rendición ante los totalitarios. Yo celebro el coraje de aquellos que, aun conociendo el peligro que corrían, se acercaron al cocodrilo del fundamentalismo para denunciarlo. Su valentía ("temeridad", dice el columnista) es la misma de quienes defienden en cualquier época o lugar los valores democráticos ante la violencia fascista, estalinista, teocrática o de otra estirpe.
Afortunadamente, somos muchos quienes no cederemos con mansedumbre al chantaje violentista. Así lo demostraron más de tres millones de franceses al salir a las calles blandiendo el arma más poderosa: un lápiz. La misma con que los sobrevivientes de Charlie Hebdo preparan su próxima edición. Será la expresión evidente de la resistencia de la libertad sobre quienes pretenden masacrarla con una Kalashnikov, pero también sobre quienes quieren limitarla con argumentos autoritarios y, finalmente, cobardes.
Daniel MatamalaPeriodista